Dos son los grandes motores que nos mueven en la vida: el amor y la esperanza. (Ángel Herrera Oria)
24 de mayo de 2024
La Asociación Católica de Propagandistas organiza el curso de verano ‘Las raíces cristianas de Europa: María, madre de la Iglesia’ en Asturias que tendrá lugar los días 17, 18 y 19 de julio.
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Resulta una tarea ardua encontrar una época de la historia de la humanidad en que la vida fuese sencilla, sin peligros ni complicaciones, pero no parece forzado afirmar que los tiempos actuales son particularmente recios. Y el desaliento y la desesperanza hacen presa fácil cuando faltan asideros existenciales, como la fe y los principios morales.
En tiempos de Cristo, las amenazas del mundo —el hambre, la falta de salud, la dominación romana—alimentaban la ansiedad de la gente. Pero la esperanza que trajo el Mesías era de una trascendencia muy superior. Bien lo profetizó el anciano Simeón cuando le habló a la Virgen de Nazaret. Ella, que aguardaba la promesa hecha por Dios a Israel, no entendía muy bien algunas cosas: ni lo que le dijo Simeón, ni lo que anteriormente le anunció el ángel Gabriel, ni después algunas palabras o actitudes de su hijo. Pero lo guardaba todo en su corazón y lo meditaba, pues aceptaba que se hiciera la voluntad de Dios, fiada de su palabra.
Los discípulos de Jesús, huidos o escondidos tras su muerte, comprendieron el alcance de la salvación que traía el Mesías cuando, tras resucitar, les abrió el entendimiento para comprender lo que dijeron de él la ley, los profetas y los Salmos. Y ahí estaba con ellos María, siempre fiel a su misión de Madre, arropando aquella primera comunidad eclesial que recibiría el Espíritu Santo para iniciar su andadura apostólica.
Las amenazas del mundo actual no son muy diferentes de las de entonces y de las de todas las épocas, aunque probablemente las más peligrosas se encuentran hoy disfrazadas con sutiles ropajes de amigo. Por ello, más que nunca, necesitamos la referencia, la compañía y la mediación de María, Madre de la Iglesia y ejemplo de discipulado, que nos recuerda del «hágase en mí según tu palabra» al «haced lo que él os diga».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
(Jn 19,27)