
‘Un chollo psicológico’, la columna de Gregorio Luri en La Antorcha
28 de mayo de 2025
- Comencemos resaltando lo obvio: la familia es la institución social más antigua. Y si ha llegado hasta aquí, malo será que no dure algunos miles de años más.
Dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco que «la relación entre marido y mujer parece darse por naturaleza. El hombre, por naturaleza, es antes un syndiastikós que un politikós. Es decir, necesita una pareja antes que una ciudad o, dicho de otra manera, la necesidad de emparejarse es anterior y fundamento de la vida política.
Es obvio que la familia no es una institución perfecta. La Biblia, de hecho, comienza la historia de la humanidad contándonos una dramática crisis familiar. Adán y Eva tuvieron dos hijos y a pesar de vivir sin pantallas y en plena naturaleza, uno, Caín, les salió rana. Lo cual, por cierto, viene a significar que cuando los seres humanos comenzaron a utilizar las palabras «hermano», «padre» o «madre» comenzaron también a entender el significado de “tú no debes…”.
La familia es imperfecta. Por eso necesita permanentemente ajustes para adecuarla a las singularidades de cada momento histórico. En este sentido, la familia es una institución constitutivamente en crisis de adaptación. Pero, sin embargo, su capacidad para convivir con esta crisis ha dotado de una fenomenal resiliencia a la necesidad de emparejarse. Hoy es perceptible un deseo casi compulsivo de experimentar una pluralidad de formas de relación, pero seguimos buscando un amor seguro y alegre.
Es cierto que la tasa de divorcios no para de crecer, que siguen los ataques contra la familia por considerarla la última Bastilla del Antiguo Régimen, que muchas mujeres ven la maternidad como una carga insufrible, que hemos separado la sexualidad y la reproducción, que con la difusión de los métodos contraceptivos, la fecundación in vitro, la reproducción asistida, el útero artificial, etc., ha dejado de ser evidente aquel viejo principio de mater semper certa est, pater semper incertus est; añadamos también la crítica al patriarcado… Y reconozcamos que la familia sigue estando ahí porque, amigos, una familia normalica (capaz de recibir a un hijo en un regazo cálido y llevar sus neurosis cotidianas sin demasiados aspavientos) es un chollo psicológico. Como decía Lope de Vega: «Trasladar a los brazos soñoliento / un hijo en bendición desde la cuna / es la más rica y próspera fortuna / que pueda descansar el pensamiento».
En una familia normalica (o suficientemente buena o sensatamente imperfecta, como quieran), se ponen de manifiesto de manera espontánea las dos caras del amor: la de la aceptación del ser amado por ser quien es y la de la exigencia al ser amado para que esté a la altura de quien es. Cada cara corrige los excesos de la otra, permitiendo así que la aceptación no degenere en indulgencia y la exigencia en frustración.
“Es perceptible un deseo de experimentar una pluralidad de formas de relación, pero seguimos buscando un amor seguro y alegre”
La familia tiene muchas imperfecciones, pero quien sólo quiere ver sus imperfecciones, se está delatando a sí mismo. Con todas sus imperfecciones, es el primer ámbito al que acudimos cuando la intemperie resulta inhabitable. La familia llega antes que el Estado y se mantiene ahí cuando las ventanillas oficiales cierran por falta de recursos.
Por otra parte, la imperfección (moderada, claro), tiene también su valor positivo, pues enseña la realidad de un mundo imperfecto. La convivencia sólo es posible si sabemos adaptarnos a las imperfecciones del otro. No hay padres perfectos. Unos son buenos en unas cosas y otros en otras y, por lo tanto, unos son malos en unas cosas y otros en otras. Pero ningún hijo tiene derecho a considerarse adulto hasta que no afirma el amor hacia sus padres a pesar de conocer todas y cada una de sus imperfecciones.
Un hijo, un padre, una madre, un hermano… son un don. Tratarlos como tales es aceptarlos tal como son. No son ni un objeto de nuestro diseño ni un producto de nuestra voluntad, ni un instrumento de nuestra ambición. Por eso la familia nos enseña más que ninguna otra relación humana la apertura a lo recibido.