‘La Oración del Padre Ayala’ por Francisco Rico Pérez
10 de mayo de 2021
A la Memoria de Antonio Pérez Crespo, rememorando recuerdos que parten el alma.
Decía santo Tomás de Aquino a un estudiante que “todo lo útil que oigas o leas guárdalo en la memoria”. Y precisamente de las notas que conservo de mi etapa murciana, da la casualidad, al verlas, que era el día de Santo Tomás cuando yo conocí al P. Ángel Ayala. Siete de marzo de 1951 ¡Y qué día! Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). Doctor de la Iglesia. Patrono de los estudiantes. Su devoción a la Virgen la hicieron notar sus contemporáneos, llamándole Servus Virginis Mariae. Él mismo, al fin de su vida, confió a Fray Reginaldo la razón de su particular confianza en la Madre de Dios: que todo lo que le pedía al Señor por medio de Ella lo conseguía.
El P. Ayala vino de Madrid en tren, en compañía del P. Florentino Hernández, también Jesuita. A esperarles fuimos don Isidoro Martín y su íntimo amigo, el profesor Antonio Reverte Moreno, y tres jóvenes congregantes de la ACdP: Antonio Pérez Crespo, Jesús García López y un servidor. Al día siguiente también asistió a la misa oficiada por el P. Ayala, en la Iglesia de Santo Domingo, don José Ballester, ejemplar propagandista, todo bondad, director que fue muchos años del periódico “La Verdad”. Y de mí también mecenas, regalándome unas pesetas, como colaborador del corrector en el Suplemento Cultural, que a gloria sabían a un becario de poca monta.
Pues bien, al día siguiente, fue cuando el Padre Ayala vino a la Congregación Mariana a un encuentro con la Juventud. Se le notaba feliz. Los jóvenes eran su amor y su pasión. Basta con hojear el título de sus libros, que la mayoría a ellos están dedicados, y dos han sido para mí de cabecera muchos años: Consejos a los Jóvenes y Consejos a los Universitarios. En el salón principal se formó uno corro, quedando el Padre Ayala en el centro, sentado en sillón giratorio. Y fue en ese coloquio cuando un compañero le preguntó: “¿Cómo rezar, y especialmente, ¿cómo rezar el Rosario que dice usted es lo que más le gusta a la Virgen?” El P. Ayala le dijo que “el Rosario y las Letanías, porque éstas son como piropos dedicados a la Virgen”.
Pero, vayamos, por partes, dijo: “Rezar, ¡pero sí eso es muy fácil!”. Mira, tú por las mañanas abres la ventana, y ves el sol, y hasta la luna, si fuera llena tal vez; percibes el viento porque mueve los árboles; nieve, cuando nieva; algunos pájaros, que revoletean o cantan… todo eso, y mucho más, es creación del Señor. Es la Naturaleza en todo su esplendor. Y le dices a Dios que todo lo bueno que hagas en ese día sea como una oración, y que si alguna cosa no fuera de su agrado, que te lo perdone. Ves, así de sencilla puede ser la oración, que te durará toda la jornada”. Tan sencilla y emotiva, comentó Antonio Pérez Crespo, que “se queda a la primera”. No hace falta repetición.
Y recuerdo perfectamente, que fue Germán García Legaz, inolvidable amigo, congregante ejemplar, quien le espetó: “Pero, a mí me cuesta mucho rezar el Rosario. Eso de repetir Avemarías cansa”. Y lo primero que le preguntó el P. Ayala fue: “¿Te cansa también repetir besos o alabanzas a tu Madre?”. Y Germán dijo que no. El P. Ayala le insistió: “Y menos te cansará cuando tengas novia, ¿por qué tienes ya alguna novieta?” Y él le dijo que todavía no. Y el P. Ayala añadió: “Que las relaciones formales con chicas debéis tenerlas cuando ya estéis al menos en media carrera. No tenéis que crear ilusiones sin estar en camino de un porvenir; ni falsas expectativas que puedan dañar”. Y añadió, con gesto siempre paternal: «“El Rosario es muy fácil de rezar porque durante el día hay muchos ‘tiempos muertos’: en esperas del autobús o el tren; en una consulta del médico o dentista (no siempre agradables); cuando caminas o vas al encuentro de una chica, que ahí las esperas… Con frecuencia podéis ver a esas monjitas que van por la calle rosario en mano. Pues igual lo puede ir rezando cualquiera.”»
Y, al final, nos dio dos consejos: «“Amar mucho a la Virgen; y siempre actuar en la vida como católicos defendiendo a la Iglesia, que hay más valientes para la guerra que para defender la Fe. Y eso, en un congregante, en un propagandista no puede ser. Hay que ser sobrenaturales y valientes, no gallinas con bombín”».
Y entre otros recuerdos, una sabrosa anécdota. Fue la víspera de su partida hacia Madrid, cuando por la mañana le enseñamos el famoso Belén de Salzillo y por la tarde subimos en dos taxis al Santuario de la Virgen de la Fuensanta, desde donde se divisa majestuosa, con llamativo verdor, la huerta de Murcia. A la vuelta paramos en pequeño ventorro, y don Isidoro dijo que íbamos a cazar unas perdices. Y a seguido, el Padre Ayala le preguntó por las escopetas. Él era gran aficionado a la caza y a los toros. En la huerta murciana, y en las tabernas de la misma ciudad también, las “perdices” son unas ricas lechugas, frescas como el rocío, troceadas en dos o cuatro partes, cubiertas de pimentón y anchoas. Aceitunas y guindillas a discreción. Y también alguna patata al horno, troceada en dos partes, aceite y pimentón. Y un buen vino. Le encantaron las “perdices”. El Padre Ayala, en el último encuentro nos regaló otra sencilla oración, que está reproducida en sus Obras Completas: “Te pedimos, ¡o Madre dulcísima!, pureza inmaculada en nuestras costumbres, abnegación en nuestra obras, corazón dilatado para no abandonar la lucha por el tedio ni por pasiones ruines, amor mutuo entrañable, para que seamos siempre un alma y un corazón; que nuestra bandera sean aquellas palabras de Pío X (ya santo) a los católicos españoles: Un mismo pensar, un mismo querer, un mismo obrar” (tomo I, La Bac, 1947, página 55).
Terminaré con otra anécdota, que muestra el amor del P. Ayala a los animales y a la naturaleza en general. La refiere el P. Adolfo Nicolás, prepósito de la Compañía de Jesús, cuando en la época de noviciado en Alcalá, una mañana vieron llegar al P. Ayala al desayuno con una lágrima y le preguntaron que le había pasado. Contestó que se había encontrado con un pájaro muerto en la terraza. El P. Ayala era todo sentimiento, sensibilidad y bondad. Un santo.
Francisco Rico Pérez
Coordinador del Museo Ángel Ayala
Del óleo es autor el laureado pintor Alfonso Muñoz.