
In memoriam: Antonio Garrosa
21 de enero de 2021
Aunque lo conocía ligeramente por relaciones familiares previas y por apariciones en prensa, mi primer “contacto” con Antonio Garrosa Resina fue a través de una vitrina. Comenzaba mis estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, cuando entre pasillos me detuve ante un expositor para fijarme atentamente en un libro cuyo título capturó mi atención: “Magia y superstición en la literatura castellana medieval”, a la sazón la tesis doctoral del profesor Garrosa. Años después el destino y la Providencia colocaron a Antonio en el camino de mi vida, dejando en mí una huella profunda y marcada.
Antonio Garrosa nació en Ávila y ejerció siempre como abulense allá donde fuere. Académica y profesionalmente su trayectoria fluctuó entre la ciencia y las letras, pues era Ingeniero Técnico Industrial y Doctor en Filología Hispánica. Su desempeño principal lo prestó en el servicio industrial de la Confederación Hidrográfica del Duero, pero su desmesurada pasión por los libros le llevó durante un tiempo a compaginar esa tarea con la de Profesor de Literatura Española en la Universidad de Valladolid. Ambas materias se concatenaron en un precioso libro que escribió, titulado “Los ríos del Duero en la tradición literaria”.
Persona de concordia, tolerante y comprometida con la sociedad a la que -decía- “se debía servir como uno mejor sepa”, la política estuvo siempre muy presente en su rutina. Avezado espectador y atinado analista de cada momento concreto, encontró en el CDS de su admirado paisano Adolfo Suárez el proyecto que mejor se ajustaba a su particular visión de una organización política: un partido de centro moderado y reformista, como a él le gustaba significar. Fue Presidente Provincial de Valladolid, miembro del Comité Federal Autonómico, Secretario Regional y Diputado Nacional en el Congreso entre 1986 y 1989. Retirado de la política activa, a sus cercanos siempre les indicaba que seguía con sumo interés todo lo relativo a la misma, si bien con la ventaja que él entendía le daba la libertad de no estar sometido a unas siglas que constriñeran su posicionamiento.
Más allá de esas esferas industriales, literarias, universitarias o políticas, Antonio Garrosa acometió otras muchas tareas que, me consta, le llenaban de satisfacción y a las que se entregaba en cuerpo y alma, aún a costa de restar tiempo y dedicación a su principal foco en la vida -amén de su incontestable creencia religiosa-: su familia. Así, se puede enumerar sin ánimo de exhaustividad su participación desinteresada en causas tan nobles como la puesta en marcha del Club de Opinión “Santiago Alba”, su papel dentro del Consejo Social del Ayuntamiento de Valladolid, su tarea docente en la Universidad de la Experiencia, su activa colaboración con “Justicia y Paz” -de la que llegó a ser Presidente local-, su presencia como contertulio en los programas religiosos locales de la Cadena COPE y su Presidencia en el Consejo de Laicos de la Diócesis de Valladolid. De dónde extraía tiempo para todo ello es un misterio insondable por descubrir, porque siempre estaba dispuesto a impartir una conferencia, dar una clase sobre algún místico (sus paisanos Santa Teresa o San Juan de la Cruz, a poder ser), disertar sobre cualquier novela de Cervantes, leer otro libro más, echar una mano a alguna Congregación Religiosa en apuros o aportar su granito de arena en alguna Parroquia de barrio, dada su magnífica relación con muchos sacerdotes de buena voluntad. Tal era su bondad que en una ocasión le comenté en tono jocoso: “Antonio te voy a regalar un diccionario que incluya una sola palabra: NO”.
Era un hombre extremadamente enamorado de su familia. Casado con Elena Morante, padre de cuatro hijos (Antonio, Juan, Ana y Beatriz) y con dos nietas (Cristina y María), se le puede considerar un modelo de marido abnegado, padre inspirador y abuelo cariñoso. En nuestros frecuentes viajes conjuntos siempre había tiempo para dejar constancia de su pasión familiar, evocando con frecuencia la figura de sus padres y hermanas, a quien tanto debía en su carácter sencillo, según manifestaba. Una pasión familiar que no era camino de única dirección, porque -en sentido inverso- se divisaba a la legua el amor profundo que los suyos le profesaban, manifestado inequívocamente a lo largo de la terrible enfermedad que le aquejó en los últimos años, y en la que la almohada de amor que Elena y Beatriz le han dispensado día a día hace sobrecoger a cualquiera.
Cuestión nuclear en su vida fue su profunda creencia religiosa. Antonio, tal y como literalmente lo definió el Alcalde de Valladolid -Óscar Puente- era “un Cristiano Auténtico”. A caballo entre jesuitas, dominicos y carmelitas, encontró su ubicación ideal en la Asociación Católica de Propagandistas. A ella se incorporó cuando a finales de la década de los ochenta un grupo de conocidos refundó el Centro de Valladolid, comandados por quien después fuera el Secretario local, su entrañable amigo Benito Reimundo Yanes (DEP). A ella se dedicó en cuerpo y alma hasta su fallecimiento, siendo Secretario de Centro en un doble mandato. Tenía meridianamente claro que el católico debe estar presente en la vida pública, manifestarse en el ágora, comprometerse en la acción y hacer militancia activa en la propagación del Evangelio. Para cada tarea que la ACdP le requirió allí estuvo, siempre solícito. Una vida, además, marcada por la oración diaria, el acceso frecuente a los Sacramentos, el estudio y meditación de la Palabra de Dios y su dedicación social al prójimo, es decir, una existencia anclada en una fe madura.
En paralelo fue también Patrono fundador y Secretario del Patronato de la Fundación San Pablo Castilla y León CEU, compartiendo con quien suscribe estas palabras tantos cursos, tantos alumnos, tantos directores, tantos profesores, tantas propuestas, tantas gestiones, tantos éxitos, tantos errores, tantos sinsabores, tantas iniciativas, tantos viajes, tantas reuniones, tantos folios en blanco, tantos diseños y rediseños estratégicos, tantos planes económicos, tantas dificultades, tantas risas y sonrisas, tantas oraciones, …; en definitiva, tantos de todo, en todo, por todo y para todos, que me sirvieron para conocer en profundidad a un hombre esencialmente bueno.
Descansa en Paz, Antonio, que bien lo mereces. Y gracias. Porque fuiste un ejemplo de entrega, lleno de virtudes y ética, actuando siempre guiado por la búsqueda del bien común de cuantos te rodeábamos. Tu carácter amable, humilde, cercano, fiable; tu bonhomía, capacidad de servicio al prójimo y sentido trascendente de la vida fueron, son y serán obra fecunda que nos llevamos impregnados quienes te tratamos y conocimos. Ahora ya reposas en brazos del Padre Todopoderoso que orientó constantemente tu quehacer, porque como tú bien sabías “sólo Dios basta”. Hasta siempre, amigo.
Manuel Perucho Díaz. Propagandista del Centro de Valladolid. Director Gerente de la Escuela de Negocios CEU Castilla y León.