QUE BRILLE PARA ELLOS LA LUZ ETERNA
30 de octubre de 2020
¿Luz ETERNA? En muchas ocasiones nos juega una mala pasada el lenguaje o nuestra forma de comprenderlo. A bote pronto, cuando hablamos de luz eterna, solemos referirnos a una luz que no se apaga nunca, una luz sin fin, por eso también solemos oír la expresión LUZ PERPÉTUA. Pero en la Sagrada Escritura, el término «eternidad» tiene una connotación no tanto de DURACIÓN, sino de PLENITUD. Por lo tanto, en esta expresión que escuchamos en los ritos exequiales de difuntos, estamos pidiendo a Dios que, sobre los difuntos (y sobre nosotros), brille la LUZ EN SU PLENITUD.
Pero, ¿Qué luz? De las muchas maneras con las que Cristo se autodefine en los Evangelios, una de ellas es: YO SOY LA LUZ DEL MUNDO: ésta es la luz. Ya el libro del Génesis hablaba de ella cuando dice: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”. Y hubo luz» (Gn 1,1-5). Cristo en cuanto luz es por tanto la palabra creadora cuyo fin no es el de delatar la oscuridad sino iluminarla, con el fin de ofrecer la posibilidad de reorientar la existencia. Esa luz originaria es, por tanto, el inicio de un itinerario de CREACIÓN por el que Dios hace pasar del «caos» al «cosmos».
Esta es la luz de la que nosotros somos prendidos por el Bautismo y así lo recordamos cada año la noche de la Vigilia Pascual. Esta es la misma luz del origen y por medio de ella, tanto en nuestra vida personal como asociativa, se va formando ese «cosmos» soñado por Dios y va convirtiendo nuestra historia, en Historia de Salvación. Esta historia ha sido también iluminada por Dios a través de aquellos que nos han precedido. Muchos de ellos gozando ya en el cielo, a quienes honramos en el día de TODOS LOS SANTOS: son nuestros hermanos mayores y nos animan e interceden por nosotros ante Dios. Otros en cambio, en vía de ello, nuestros hermanos difuntos que necesitan de nuestras oraciones para poder alcanzar la meta final: el Cielo. Todos ellos forman parte de nuestra historia, personal y comunitaria. En estos días, como asociación, damos gracias por todos aquellos hermanos propagandistas que nos han precedido. Con sus aciertos y errores nos hacen estar hoy aquí.
Hagamos historia, pero desde la mirada de Dios. Tomemos el testigo pasado por aquellos que en estos días honramos y continuemos en la «gran carrera de la fe». Dejemos que esa luz ilumine nuestras tinieblas y la inunde para que nuestro avanzar no suponga un quedarnos en lo que fue, sino que, con la gracia del Cielo, se transforme en una oportunidad para dejar hacer y, llegar a ser «lo que Dios quiere de nosotros».
FELIZ DÍA DE TODOS LOS SANTOS.