Homenaje a José María Pemán, por Manuel Bustos
27 de julio de 2021
Cuando, en compañía de Antonio Llaves, me hice cargo de los documentos que constituirían más tarde el Archivo Pemán, hoy en la que fuera casa del escritor, perteneciente a la Fundación Cajasol, tuve dos impresiones a la vista de aquellos papeles. La primera: la magnitud de la obra pemaniana, distribuida en un imponente número de cajas, donde se apiñaban desordenados toda clase de folios, cuartillas, blocs y borradores manuscritos, que era preciso leer previamente, ordenar y catalogar. La segunda impresión: la abundancia de temas que había abordado el escritor.
José Mª Pemán, cuyo 40 aniversario de su muerte conmemoramos, tuvo una larga vida: 84 años. Esto, unido a su incansable laboriosidad y a sus excelentes capacidades, le permitió acumular la masa documental aludida, así como el estar presente durante mucho tiempo entre nosotros, en ámbitos muy variados, tanto de la literatura como de la vida pública. Pudo igualmente conocer diferentes etapas históricas y evolucionar en su pensamiento al socaire de la experiencia que iría adquiriendo, de los cambios producidos en la vida política y cultural española, así como de su propia evolución como persona. Pues poco maduraríamos si todas nuestras ideas se mantuvieran inamovibles, al margen de las distintas vicisitudes y experiencias que nos va procurando la vida.
En el decurso del tiempo, la figura de Pemán ha sido alevosamente condenada al ostracismo. Tal vez porque las convicciones que él representa y defendió, no son siempre del gusto de quienes nos gobiernan, ni están hoy dentro de lo políticamente correcto. En este juego irreal de separar buenos y malos, a él le ha correspondido ser adscrito al segundo grupo, es decir, al de los malos. Personas e instituciones que apenas han leído su obra, que juzgan solo de oídas, han querido reservarle ese lugar, obviando conocer el conjunto de su biografía y la magnitud y diversidad de su obra literaria. Sin embargo, como me decía un amigo hace poco: a la larga esto se volverá contra quienes así actúan, y la figura de Pemán vendrá de nuevo a la memoria de muchos, siendo restituida en su verdadera dimensión. Al margen de lo quepa hacer ahora (y que, en este día, en parte estamos haciendo), semejante consideración nos llena de esperanza.
En 1997, la brillante celebración del centenario de su nacimiento a instancias de la Diputación Provincial y de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, no fue suficientemente aprovechada con posterioridad. Las dos magníficas exposiciones que, con tal motivo, se montaron, primero en Cádiz (en el Palacio de la Diputación), con participación de las autoridades locales, de la familia Pemán y del entonces rey de España, don Juan Carlos I; y poco después en Madrid (en la Biblioteca Nacional), deberían haber servido de acicate para una revalorización de su figura y un acercamiento a la copiosa obra de nuestro escritor. Sin embargo, tanto su biografía como sus escritos prácticamente desaparecieron de los libros de texto de nuestros niños y jóvenes.
En aquel año de 1997, no obstante, pudo publicarse un catálogo en la imprenta del Diario de Cádiz, para dejar constancia de la celebración y de las exposiciones referidas. En él participaron algunas personas de renombre, como el director entonces de la Real Academia de la lengua española, Fernando Lázaro Carreter, el periodista Antonio Burgos y el escritor José Mª García Escudero. Además de los artículos incluidos en esta publicación, aparecía por vez primera en ella un interesante repertorio fotográfico inédito sobre Pemán, extraído del propio archivo.
En aquel mismo año se iniciaba asimismo la publicación de una selección de sus obras en la editorial Edibesa. Y, en 2006, se sumaba el Grupo Joly con una fuerte apuesta por el escritor, mediante la publicación de una selección de sus obras, a cargo de mi compañera de Universidad, Ana Sofía Pérez-Bustamante.
Gracias a todas estas iniciativas, es posible el acceso a la obra del escritor, lejana ya en el tiempo la edición, solo aparentemente completa, de la editorial Escélicer.
Desde ese fecundo período de presencia de la figura y obra de Pemán, periódicamente salteado por alguna declaración o iniciativa en contra, llegamos a la última década, en que los ataques se han ampliado y recrudecido.
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Hablar de la personalidad y la obra de Pemán puede hoy parecer una labor ociosa, pues supone incidir sobre aspectos ya reiterados en otras ocasiones. Pero no estará de menos recordar aquí algunos.
Su larga vida le permitió participar en los grandes acontecimientos de la vida política y cultural española del siglo XX. Es más, yo diría que no se puede entender la España de esta centuria sin aludir al escritor. Ahí está su archivo para probarlo. En él se conservan libros y manuscritos, y, sobre todo, una abundante correspondencia de Pemán con figuras emblemáticas de su tiempo: Miguely Antonio Maura, Ángel Herrera Oria, Miguel Primo de Rivera, Vegas Latapié, Don Juan de Borbón, José Mª Gil Robles, Carrero Blanco, Francisco Franco, Adolfo Suárez, Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Buero Vallejo, Manuel de Falla, Luis Mª Anson, Jean Anouilh, Manuel Siurot, y un largo etc. de personalidades de la política y la cultura.
Añadamos los contactos derivados de su implicación en la vida de Cádiz y su provincia, como nos recuerda su correspondencia con Fernando Quiñones, Jesús de las Cuevas, Pilar Paz Pasamar, Gitanilla del Carmelo o Ramón de Carranza, entre otros. O los homenajes recibidos en ambos. Y, cómo no, su puntual presencia en locales tan populares como el Ventorrillo en Chato o las bodegas Moreno y Virués de Chiclana.
Pemán nació en 1897. Por su corta edad, apenas tuvo conciencia de esos últimos años del siglo, aunque no tardaría mucho en vivir el ambiente político de la época en su propia familia, por la participación de su propio padre, Guadalberto Pemán, diputado del partido conservador. La familia, precisamente, junto a los estudios en el colegio de los Marianistas en San Felipe Neri, le formó como católico.
En esta fe se mantuvo a lo largo de su vida, conformando su personalidad y su obra, con las novedades que traerá el Concilio Vaticano II, del que sería al cabo de los años corresponsal para ABC. Imposible entender los escritos y la actividad política de Pemán sin esta referencia.
Fue esa misma fe la que le llevó a enrolarse en la Asociación Católica de Propagandistas del P. Ayala y de Ángel Herrera, llegando a ser primer secretario y fundador del centro de Cádiz en 1925. Su ingreso debió producirse tras sus contactos con D. Ángel, según nos muestra la correspondencia existente en el archivo. Desconocemos mucho de esta etapa de su vida, con una Asociación Católica en efervescencia, tanto en el ámbito político y periodístico (recordemos la creación del diario El Debate, uno de los tres principales del momento), como también religioso y cultural.
Sabemos igualmente de su ingreso en la prestigiosa y venerable institución de los Caballeros Hospitalarios, de encomiable labor asistencial a los más pobres y desahuciados. De ella será presidente Pemán cerca de 40 años, entre 1943 y 1981, fecha esta de su fallecimiento.
Su compromiso católico se manifestará igualmente con su incorporación a varias cofradías gaditanas, en algunas de ellas en calidad de hermano mayor. Así, en dos de las de más renombre de la capital: la del Nazareno de Santa María y la del Cristo de la Buena Muerte. De esta última fue asimismo su reorganizador, dotándola, junto a su hermano César, de una mayor austeridad y recogimiento en sus salidas procesionales. La lectura de los versos que dedicara a su titular, el Cristo de la Buena Muerte, le acompañarán en su lecho de muerte, poco antes de perder la conciencia.
Es la misma convicción religiosa que, al término de su vida, con un Parkinson ya avanzado, le confortó, procurándole esperanza y consuelo, en ese momento radical, exclusivo para cualquier hombre, que es la salida de este mundo, cuando el ser humano se encuentra con su propia verdad. La de José Mª Pemán lo fue en un día caluroso y ventoso de Levante del mes de julio de 1981. “Cádiz, entristecido, se ha parado de pronto”, titulaba ABC el día 20 de ese mismo mes. Pero, volvamos más atrás en el tiempo.
La infancia, adolescencia y primera juventud estuvieron marcados, políticamente hablando, por la crisis de sistema de la Restauración, y el gradual hundimiento de la Monarquía, entonces representada por la figura de Alfonso XIII. Pemán, al final de esta etapa juvenil, comenzaría a tomar conciencia de la situación del país y de la necesidad de comprometerse políticamente. En contraste con este panorama de crisis, el momento era de un espléndido auge cultural, recordado como la Edad de Plata de la cultura española, otro acicate, en este caso para el desarrollo de su vocación literaria, que luego se le terminaría imponiéndose.
En los años finales de la crisis política de la Restauración, se define el primer compromiso político de Pemán, orientado a buscar, junto a algunos hombres del sistema, una solución política adecuada, dentro de la Monarquía parlamentaria de D. Alfonso. Así, para preservarla de sus confrontaciones internas y de los ataques provenientes del sector republicano y de la izquierda, el escritor participará en el proyecto de Miguel Primo de Rivera con vistas al inicio de un tiempo nuevo. La solución propuesta entonces en España no era muy diferente de la buscada en otros países del momento: una alternativa al gastado sistema de partidos mediante fórmulas de carácter autoritario, y ello tanto en la izquierda como en la derecha. Tal fue el propósito del golpe de Primo de Rivera de 1923. Pemán se incorporó al proyecto de un partido único, la Unión Patriótica, siendo además uno de sus ideólogos. Recordemos su libro titulado El hecho y la idea de la Unión Patriótica (1929).
A pesar de la acogida inicial por parte, incluso, de la izquierda, y de los logros conseguidos por la Dictadura primoriverista, la alternativa no funcionó. En sustitución de la misma se instauraría la República, ya ensayada con anterioridad en España en 1873. El período republicano, junto a algunos logros, agudizó la escisión y el enfrentamiento entre españoles, saldándose, como todos bien sabemos, con la Guerra Civil del 36, que obliga a tomar partido, incluso a aquellos que habían apostado por una solución pacífica al conflicto. Pemán, tras obtener grandes éxitos de público con sus obras teatrales en los años previos, sobre todo con “El Divino Impaciente”, se incorporará al llamado bando nacional, junto con muchos otros españoles que se sentían atacados en sus profundas convicciones religiosas, veían la patria amenazada por los separatismos y la puesta en marcha de una revolución social de signo marxista y anarquista. Es este un período de intensa actividad para nuestro escritor, a través de la pluma y la palabra. La obra literaria de estos años, sin embargo, se verá afectada, como no podía ser menos, por el terrible drama de la Guerra.
Cuando se restablece la paz, Pemán abandona rápidamente su anterior actividad militante para retomar la literatura, la que, según sus propias palabras, era su verdadera vocación. Así, tras un paso efímero por la Delegación de Cultura de la Junta Técnica del Estado en plena Guerra Civil (1937), volverá de nuevo a sus actividades ordinarias.
Con el transcurso de los años, el escritor se va haciendo progresivamente más extraño al Régimen. Su adhesión a la Monarquía, mantenida incluso en tiempos difíciles, contrasta ahora con la negativa de Franco a dar paso a la misma y abandonar la Jefatura del Estado. Los esfuerzos de Pemán para que el cambio se lleve a efecto resultarán baldíos. Don Juan, el heredero de la dinastía, crea su propio consejo, en su autoimpuesto destierro portugués, del que el escritor llegará a ser presidente. Don Juan se mantiene a la expectativa de poder reinar; pero esto, como sabemos, por decisión del propio Franco, jamás llegará a cumplirse. Al contrario, este jugará con la posibilidad de varios candidatos, manteniendo así la tensión, hasta que, finalmente, ante la sorpresa de muchos, proponga en 1969 a Juan Carlos para la sucesión.
Ante la decisión, Pemán y la mayoría de miembros del Consejo convencerán a D. Juan para que acepte la decisión tomada por Franco por el bien de España. Para entonces se ve con claridad que la única Monarquía posible para el país ha de ser una Monarquía integradora y democrática. Y así quedará confirmado cuando, a la muerte de Franco, acceda al trono Juan Carlos I. El reconocimiento y la recompensa por los inestimables servicios prestados a la Monarquía y a España le llegarán a Pemán casi al término de su vida, a través de la concesión del Toisón de oro, ¡todo un símbolo!, de manos del propio rey Juan Carlos. Sin duda, se trataba de un justo reconocimiento a una trayectoria consagrada a la defensa y promoción de la causa monárquica.
La obra de Pemán llegará en dicho período a su apogeo. Su pluma se recreará en una continuada y exquisita labor periodística, en la Gaceta Ilustrada y, sobre todo, en ABC, en su Tercera, frecuentemente con un sutil contenido crítico político y social. Añadamos sus escritos de recuerdos, entre ellos los de sus conversaciones con Franco y con los que él mismo llama la gente importante, una provechosa fuente para conocer la psicología de personajes influyentes de la vida nacional de nuestra época reciente.
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Desde el mismo momento de su muerte en 1981, Pemán forma ya parte de los inmortales. Y no solo por su esperable encuentro con Dios Padre en quien creyó a lo largo de su vida, sino por su propia obra literaria. Parte de ella, sin duda, de carácter circunstancial y temporal, pero otra mucha de carácter imperecedero.
Pemán cultivó todos los géneros literarios (teatro, poesía, guión, ensayo, novela, cuento, artículo, la adaptación de obras clásicas), incluidos aquellos que le llegaron de la mano de las nuevas tecnologías de entonces, como los guiones para TV, el cine o las comedias musicales como Jesucristo Superstar, cosa que muy pocos saben. Si hoy viviera aún, seguro que se haría presente también, a través de Internet, YouTube o algunas de las redes sociales conocidas. E, incluso, a través del libro electrónico. La invención del popular personaje, El Séneca, para una TVE recién estrenada, así como sus correspondientes guiones, son una prueba clara de todo ello.
Pero la acción y el reconocimiento español y foráneo, fundamentalmente en Hispanoamérica, no impidieron que Pemán mantuviese el cordón umbilical con su patria chica a lo largo de su vida. No solo conservó su casa de la plaza de San Antonio hasta el momento mismo de su muerte, sino que las principales instituciones de ámbito local y provincial se mostraron orgullosas de tenerle como paisano.
Con 24 años, en 1921, el mismo año que defendía su tesis doctoral sobre Aristóteles en la Universidad Central de Madrid, ingresaría en la Real Academia Hispano Americana, institución de carácter internacional con sede en Cádiz. Y no tardaría mucho, apenas unos meses, en pertenecer a su Junta de Gobierno como Secretario Tercero, llegando más tarde hasta el cargo de Vicedirector Primero con Pelayo Quintero en 1927, a quien sustituyó como Director varios años después (1938), permaneciendo en el cargo hasta su muerte.
En marzo de 1936, ingresaba, apoyado entre otros por Azorín, en la Real Academia de la Lengua Española, de la que llegaría a ser igualmente su Director en dos períodos sucesivos. A su iniciativa se deberá la creación del Instituto de España, que aglutina hasta hoy las academias nacionales.
Y, en tanto que la literatura es un arte, ingresaría asimismo en la venerable Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz, ocupando igualmente su presidencia.
Y otro tanto sucedió con otra institución antigua y emblemática de Cádiz: el Ateneo, del que fue presidente desde 1932, en sustitución de José del Toro, durante la friolera de 52 años. Hace no mucho, el actual Presidente del Ateneo, José Almenara, recordaba precisamente que el valor a una ciudad, no solo se lo dan sus fiestas y sus posibilidades para el ocio, sino sus figuras de la cultura, como la de José María Pemán. Similar inclusión vamos a ver con el Casino Gaditano, institución a la cual perteneció durante muchos años.
Todos estos organismos de gran solera que hemos citado jugaban un importante papel en la difusión de la cultura, la socialización y el entretenimiento de los gaditanos.
Esta omnipresencia del escritor le hace también partícipe de la incipiente vida universitaria de Cádiz. Antes de la creación de su universidad, cuando todavía su Facultad de Medicina, único centro de rango universitario de la ciudad, dependía de la de Sevilla, ya andaba Pemán al frente de sus cursos de verano, con los de la Meléndez Pelayo los más antiguos de España, atrayendo personalidades de renombre en el mundo de la cultura, de las ciencias, las humanidades y las artes, que solo él, con sus contactos, podía conseguir. Ello le valdría, junto a su obra, unir a sus doctorados Honoris Causa, el de la Universidad Hispalense, en 1974.
Llama la atención tanta unanimidad, ahora que se le quiere negar el pan y la sal. ¿Tanta gente andaba equivocada? Los reconocimientos saltaron también a la provincia, entre otros los de las academias de San Romualdo y de San Dionisio de San Fernando y Jerez respectivamente. La primera nombrándole en 1954 académico preeminente y honrándolo años después, en 1977, con un homenaje-aniversario. La de Jerez resaltando sus méritos, al elevarlo a la categoría de académico de honor en 1956, homenajearle a mediados de los años setenta y, tras su muerte, inaugurando un busto a su persona en 2014, también injustamente retirado, en ese templo de las artes escénicas que es el teatro Villamarta.
Y al final uno no tiene más remedio que preguntarse ¿en nombre de quién y con qué justificación se condena a un hombre y su obra al olvido? ¿Acaso no hace ya su parte la muerte?Como escribiera en una ocasión el propio Pemán: “No temo los dardos fieros, ni la torcida intención de envidiosos y logreros…¡Dardos que van tan rastreros, no dan en el corazón!”
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Decía el Diario de Cádiz el lunes posterior a su fallecimiento, resumiendo acertadamente una parte esencial de su personalidad: “Don José María Pemán será siempre en el recuerdo el hombre bueno de bondad profunda; el hombre de familia, patriarca de cuatro generaciones, que le rodeaban en su lecho de muerte; el hombre de convicciones precisas y arraigadas: Dios, España, la Monarquía; el hombre de la lealtad insobornable a esas mismas convicciones”. Es decir, de aquellas convicciones de las que está huérfana la sociedad líquida y de lo efímero actual. Las tres mismas convicciones que hoy zozobran igualmente en nuestro país.