RODRÍGUEZ-PONGA RUIZ DE SALAZAR, Pedro. Madrid, 5.VII.1913 – Madrid, 16.XII.2012. Doctor en Derecho. Diplomático. Subdirector de la Escuela Diplomática. Síndico presidente de la Bolsa de Madrid. Psicólogo.
Hijo del prestigioso doctor en Medicina y psiquiatra Pedro Rodríguez Ponga (La Felguera, Asturias, 1880), fallecido a los 36 años en Madrid en plena juventud profesional pero fecunda madurez investigadora, uno de los padres de la psiquiatría española del siglo XX. Su madre, María del Carmen Ruiz de Salazar y Hernández, quedó viuda en 1916 con cuatro hijos a la espera de una póstuma, Mercedes. Del carácter y vida ejemplar de su progenitor dan buena cuenta testimonios como el que diese el mismo Antonio Maura el día de las exequias, alabando su compromiso social y firmes creencias religiosas.
Nacido en Madrid el 5 de julio de 1913 quedó huérfano, por tanto, a los tres años. La familia Rodríguez-Ponga se trasladó desde el que había sido primer domicilio del matrimonio, en la calle Valverde, a una finca en la margen izquierda del Manzanares. En la castiza Carrera de San Isidro de los años 20 pasaría su infancia y juventud, cursando sus estudios con premio extraordinario, tanto en bachillerato como en la licenciatura en Derecho, que concluyó en 1934. Tras la Guerra civil, aprobó las oposiciones como traductor en el ministerio de Asuntos Exteriores. Su hijo Rafael, a quien agradecemos su valioso testimonio, imprescindible para el trazado de su perfil biográfico, refiere que siempre recordó con orgullo haberlo hecho “no en concurso interno ni promoción, sino en el turno libre. Entonces -pensó-, un esfuerzo más y me hago diplomático. Y lo hizo”. En el Archivo de la Escuela Diplomática aún se conserva la memoria que realizó para culminar el intenso curso preparatorio que culminó con la obtención de su condición de funcionario del prestigioso cuerpo de la administración, en 1943: «»Posibles medios de pago internacionales en la post-guerra». Rodríguez-Ponga, que alcanzó a ser jefe de traductores del ministerio, se incorporaba en un complejo momento histórico, cuando la postura oficial era el apoyo al Eje, mientras comenzaba un sutil acercamiento a los Aliados. Rafael Rodríguez-Ponga recuerda haber oído contar a su padre interesantes detalles presenciados en el palacio de Santa Cruz: “Cuando llegaba alguien de la embajada alemana, se le decía que esperase, algo impensable entonces para un diplomático del Tercer Reich. Y los visitantes de la legación británica empezaron a ser recibidos de inmediato…”. Lejos de tópicos, aquella vida era dura y exigente. Aconsejado, se presentó a nuevas oposiciones, las de agente de cambio y Bolsa, compaginando ambas profesiones y devolviendo cada mes sus honorarios como diplomático. Llegó a ministro plenipotenciario.
Hablaba francés, italiano, alemán e inglés. Y tradujo sueco, holandés, latín y portugués. Preguntamos a su hijo si llegaría a tener nociones de noruego, pues durante la Guerra civil se refugió en la legación de aquel país nórdico, como lo hiciera otro insigne propagandista, José María Otero de Navascués, marqués de Hermosilla. Al relatarlo, su hijo toma de un estante cercano una pequeña bandera de mesa. Prendida de un mástil de metal, de entre 25 y 30 centímetros, afirma emocionado ante el pequeño símbolo nacional noruego: “La pedí y me la traje en el reparto que hicimos los hermanos. Mi padre la miraba y decía con inmenso agradecimiento… “esta bandera me salvó la vida”. Había llegado a España, recién doctorado en la Universidad de Bolonia, el 16 de julio de 1936. Justo el día de la Virgen del Carmen, el santo de su madre. Dos días más tarde comenzó la guerra. Y se refugió allí, donde el encargado de negocios era aquél alemán, Slayer, tan conocido más tarde”. Rodríguez-Ponga no fue el único propagandista refugiado en una legación diplomática. En la embajada de Chile permanecieron José Ibáñez Martín y José María Albareda. El primero pasó los diez primeros meses de la contienda.
En Exteriores desempeñaría una intensa labor como responsable de reivindicación de bienes, realizando gestiones en Suiza, Francia u Holanda. “En Países Bajos -refiere su hijo- trató una importante adquisición de aviones. Y viajó a Argentina con la famosa carta de Franco a Perón”. Efectivamente, formó parte de la representación española en la toma de posesión del nuevo presidente y en las negociaciones que hicieron posibles los acuerdos de venta a crédito de ingentes remesas de alimentos, que pasaron a la historia como “el trigo argentino”. Aquellas estrechas relaciones bilaterales, en medio de la etapa de mayor aislamiento internacional hacia el régimen, supusieron cierto alivio en la penuria de la posguerra y un significativo apoyo que culminó con el viaje a España de la primera dama argentina. Eva Duarte de Perón llegaría a Madrid el 8 de junio de 1947, permaneciendo en nuestro país dieciséis días.
En julio de 1948 Pedro Rodríguez-Ponga contrajo matrimonio, en el madrileño templo del Espíritu Santo, con María de la Soledad Salamanca y Laffite (1926-2020), hija de los condes de Campo Alange, con quien tuvo diez hijos: María Soledad, Pedro, José María, Fátima, Jaime, Estanislao, María Luz, Rafael, Flavia y María Ángeles. Su longevidad les permitió conocer a numerosos nietos y bisnietos.
En 1954 fue nombrado subdirector y jefe de estudios de la Escuela diplomática, en la que era profesor. Lo sería hasta 1961. Conocía bien las necesidades de formación quienes se incorporaban a la carrera. Había formado parte del tribunal de las oposiciones de septiembre de 1950, que había presidido el director de la escuela, Juan Francisco de Cárdenas, y lo haría también en las de septiembre de 1952. Lo sería hasta 1961. Junto al claustro de profesores, vivió y promovió un cambio de perspectiva en los estudios de las relaciones internacionales, que desde España evolucionaron hacia un mayor equilibrio entre el iusnaturalismo jurídico y el realismo pragmático que imponía la compleja situación internacional. Ese nuevo espíritu inspiraría el nuevo Reglamento de la Escuela Diplomática (octubre de 1955), cuyo articulado le convertía no solo en vocal de su Patronato, sino que le atribuía la responsabilidad de jefe de estudios, con las competencias en planificación de asignaturas, programas de conferencias y cursillos y actos académicos y selección de personal docente. Al entrar en vigor aquel reglamento, el primer día de 1956, Rodríguez Ponga estaba haciéndose cargo también de la asignatura de Teoría y práctica de la protección diplomática de los nacionales en el extranjero. Él mismo se encargó de la redacción de la propuesta de otro reglamento, el de régimen interior y de estudios, que sería aprobada en su práctica totalidad por el director, añadiendo las normas disciplinarias.
Entre 1965 y 1977, Pedro Rodríguez-Ponga fue síndico presidente de la Bolsa de Madrid . También fue presidente de la Federación Internacional de Bolsas (1973-1975). En la legislatura correspondiente a 1967-1971, representó como procurador en Cortes a los Colegios de Agentes de Cambio y Bolsa. Su profesionalidad y discreción hacen difícil rastrear su participación en la transición política, a la que contribuyó facilitando encuentros y diálogo. Así, en círculos bien informados pudo confirmarse que el 9 de febrero de 1976, cuando comenzaban a articularse opciones de nuevos partidos políticos, su residencia en el madrileño paseo de Recoletos acogió una cena en la que estuvo presentes un selecto grupo de asturianos: Sabino Fernández Campo, entonces subsecretario del ministerio de la Presidencia, que al año siguiente pasaría a ser secretario general de la Casa de S.M. el Rey; el abogado Rodrigo Uría; Camilo Mira o el mismísimo Torcuato Fernández-Miranda. El anfitrión les convocó en torno a José María Gil-Robles, al que Alfonso Osorio ofreció respetuosamente liderar un partido demócrata-cristiano. El veterano líder de la CEDA se manifestaría incapaz de sentarse a negociar con Federico Silva Muñoz, con las consecuencias de todos conocidas en la historia de la UCD.
Su inmensa capacidad de trabajo no terminó con la jubilación. A los 71 años, Rodríguez Ponga se licenciaba en Psicología. “Consideraba que era un desperdicio jubilarse. Y se integró en un gabinete en la calle Mateo Inurria en el que también había psiquiatra, neurólogo…”. Su hijo se detiene: “Estuvo yendo más de diez años, hasta los ochenta y tantos. Y luego recibió en su casa, hasta pasados los noventa. Él decía que “no veía enfermos”, sino “personas normales que tenían un problema. Era una filosofía formidable. Había dos tipos de perfiles que se le daban estupendamente. Uno eran las señoras de mediana edad, quizá viudas, deprimidas, a las que un señor mayor, no joven inexperto, les daba mucha seguridad. Otro era el estudiante con problemas en la preparación de oposiciones. Me he encontrado a varios abogados del estado y otros profesionales que me han dicho que lo son gracias a él”. Por eso no extraña que fuese el estudio, la formación, una constante inquietud tanto en su vida profesional como la familiar, que fuesen valores que quiso inculcar a sus hijos: “Era algo fundamental que le preocupaba en nosotros. No recuerdo que le interesase si hacíamos deporte o escuchábamos música. Le preocupaba de verdad que estudiásemos. Eso era fundamental”. Rafael asiente cuando sugiero que su padre respondía a la figura paterna de aquellos tiempos: “Había días que no le veíamos. Él trabajaba. Trabajaba mucho. Nosotros íbamos al colegio de los Marianistas, a Santa María del Pilar. ¿Qué si era religioso? Lo era. Pero muy independiente. Era religioso e independiente. Salvo en su infancia, que perteneció a la congregación de los Luises, y su madurez, propagandista, no quiso estar en ningún movimiento más. Fíjate que estudió en el instituto de San Isidro… ¡y no iba a la clase de religión! Se quedó huérfano de padre pronto. Mi abuela decía que la religión se enseña en casa y en la parroquia. Llegó a conocer a san Josemaría, el fundador del Opus Dei, que le dijo: “El Opus Dei no es para usted”. Su gran ilusión y misión fue la comunicación cristiana de bienes. Escribió mucho sobre ello. Dio conferencias. Intentó inculcárnoslo desde la infancia. Recuerdo que cuando nos daba un premio, nos explicaba que había que descontar una cantidad simbólica para ayudar a quienes no tenían. Había premio, pero había que acordarse de los que no tenían”.
Rafael queda pensativo unos momentos: “Él había pasado mucha hambre. Y había sacado una conclusión. Lo decía: “Morir de hambre es mucho peor que morir asesinado. Porque si te matan, te mata una persona. Si mueres de hambre, te mata la humanidad entera”. Contaba que cuando estaba en la embajada de Noruega, en la Guerra, pensaba, ¿es que no hay nadie que se acuerde de nosotros?, ¿es que no hay nadie que nos envíe comida? Y hubo una señora de Bilbao que les envió algo. Y sintió un agradecimiento inmenso, profundo, sincero. Él se preocupó siempre que pudo por colaborar. Con generosidad. Quiero decirlo. Ayudó en Cáritas, en Manos Unidas. Colaboró con el CEU. Fue su manera de entender esa comunicación cristiana de bienes”.
Ahora, quien se queda en silencio es quien escribe estas líneas. Pero continúa la reflexión: “Suele pasar con la edad. Los recuerdos de la Guerra fueron terribles, pero ya mayor, mi padre contaba más cosas. Y decía: ¿Qué habíamos hecho tan mal los católicos para que nos odiasen tanto?, ¿Dónde está la caridad, el amor al prójimo, la solidaridad?”.
De aquellas conversaciones de sus últimos años, Rafael recuerda la visión que tenía sobre la historia de España: “era una idea clásica, más bien de la España de los Austrias. Decía que Felipe V se equivocó con los Decretos de Nueva Planta. Era franquista y monárquico. Había estado yendo a Estoril. Decía que Franco había acertado en algunas cosas, pero recuerdo que cuando Arias Navarro leyó por televisión su testamento, que dedicaba una larga frase a la unidad de España, reconocía que se había equivocado en el tema regional”.
No puedo resistirme a preguntar a mi interlocutor sobre la opinión de su padre por su actividad institucional y política como hijo. “Mi padre veía mis inquietudes políticas con un poco de inseguridad y cierto miedo. No dejaba de recordar la rivalidad del 36, cuando corrieron las listas de la CEDA entre los milicianos. Y no entendía muy bien los matices y corrientes actuales en los distintos partidos. Pero tenía ideas muy claras sobre las cosas importantes. Cuando tuvo lugar en Madrid una manifestación multitudinaria en defensa de la familia, quiso ir. Recuerdo que, en silla de ruedas, estuvo presente buena parte del recorrido. A su avanzada edad, muchas personas se acercaban, tímidamente, y con asombro me preguntaban… pero, ¿es don Pedro? ¡Don Pedro, don Pedro! Se asombraban que a su edad estuviese allí, uno más.
La vinculación de Rodríguez-Ponga con la Asociación Católica de Propagandistas fue temprana. En agosto de 1940, el Boletín de la ACNdP informaba de su condición de miembro del claustro de profesores del Centro de Estudios Universitarios, donde impartía Derecho Internacional, subrayando que se había doctorado en la Universidad de Bolonia con una tesis sobre el silencio administrativo. Pronunció la lección solemne «Los pagos internacionales sin oro» en la primera ceremonia inaugural de curso académico que pudo organizarse tras el fin de la guerra, retransmitida por Radio España. Pero hemos podido averiguar que su condición docente fue más temprana. Con más de noventa años, el barón de Grado recordaba bien haber asistido a sus clases en el CEU, que entonces se impartían por las tardes en la sede de la editora de El Debate en la calle Alfonso XI. Era indudable que su formación y dotes oratorias le hacían idóneo para círculos de estudio: En febrero de 1941 Fernando Martín-Sánchez le presentó ante los asistente a una de las reuniones, que ese curso académico el centro de Madrid se centraba en la encíclica Ad Catholici Sacerdotii, dedicada por Pío XI al sacerdocio católico. Se habían encomendado a doce sacerdotes y propagandistas otros tantos temas, y con 28 años disertó sobre el poder del presbítero sobre el cuerpo místico de Jesucristo. Fue una intervención con solidez teológica y coherencia expositiva, razonada, como no podía ser de otra forma, con criterio jurídico, distinguiendo entre poder de jurisdicción y potestad del orden sacerdotal. No faltaba la distinción entre sacramentos y sacramentales, exponiendo la utilidad de estos últimos en la misión del sacerdote. En noviembre de 1943 volvió a ofrecer una ponencia, “El proceso de secularización de la vida pública: sus estragos en el orden social y político”. Como era costumbre en las reuniones de formación del Centro de la ACNdP de Madrid, fue presentado de nuevo por el presidente de la Asociación. No dudó en buscar los antecedentes de la secularización en el antropocentrismo renacentista, ni en identificar en el protestantismo no pocas claves de ese proceso, sus efectos en la sociedad, la familia o la escuela, y lo que a mediados del siglo XX significaba ya la secularización en tantos ámbitos de lo que ya se denominaba vida privada.
Pronto sería también docente del prestigioso Instituto Jurídico de Preparación Profesional del CEU, creado bajo la dirección de Manuel Amorós para la preparación de oposiciones a distintos perfiles del mundo del derecho y del que salieron numerosos abogados del estado, diplomáticos, registradores y notarios, entre otros. Todo ello lo compatibilizaba con sus tareas profesionales, aunque sin duda la huella más profunda de Rodríguez-Ponga como propagandista, aún perteneciendo al consejo rector del CEU, fue su decidido impulso al Colegio Mayor Universitario de San Pablo y, desde allí, al más sano desarrollo de la noción y beneficio del concepto de colegial mayor en España. Miembro también de su consejo rector (luego denominado patronato), aportó ideas y contribuyó activamente en una etapa crucial en el desarrollo de la legislación de Colegios Mayores. El 26 de octubre de 1956 se había promulgado el Decreto orgánico de los Colegios Mayores (BOE 14 de noviembre de aquel año), que los concebía como “órganos fundamentales de la actividad universitaria”, no como privilegio social, sino abriendo su perspectiva a su influjo formativo, a su condición de adscritos a las universidades, exigiendo mayor relación con las facultades, así como subrayando la necesidad de exigencia de mayor aprovechamiento académico, pero también social, para la permanencia de los colegiales. Rodríguez-Ponga participó en los trabajos preparatorios que tuvieron lugar en el Mayor, que representaron la crucial aportación de la entonces ACNdP, fundamental para la aprobación de la Ley 24/1959, sobre protección a los Colegios Mayores Universitarios.
Fue también patrono del Real Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia en el que se había doctorado, así como del Colegio Mayor San Juan Evangelista. Desde, 1971 era Académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, en la que el 22 de enero de aquel año había pronunciado su discurso de ingreso, “El honor al trabajo”. Caballero de la Orden de Carlos III, recibió la Encomienda de Placa de la Orden de Alfonso X el Sabio, así como la Gran Cruz de Isabel la Católica y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, de la pontificia de San Silvestre y de la del Dos de Mayo. Recibió también las medallas de Oro de las Bolsas de Madrid y Buenos Aires.
Pedro Rodríguez-Ponga, a quien no gustaba celebrar sus cumpleaños, no dejaba de estar presente cuando sus nietos apagaban las velas con las que se celebraban los suyos. “Lo soportaba con paciencia -dice su hijo-, había empezado a alegrarse al cumplirlos. Y al acercarse los 99, decidió que se organizase una gran fiesta. Como un presentimiento, dijo que no creía que llegase a los 100”. Así fue. Falleció pocas semanas antes de cumplirlos. Lo hizo sin haber faltado a lo que «consideró el acontecimiento más grande de la historia en la ciudad que le vio nacer: la Jornada Mundial de la Juventud. Vivió un gran acto en el Paseo de Recoletos y la Castellana. Decía que el hecho de que cuatro millones de personas viniesen a Madrid, ¡a rezar! era lo más importante que había pasado aquí. Que había habido batallas, guerras civiles, reinados. Pero no se cansó de insistir en que eso era lo más grande que había pasado en la historia”.
OBRAS DE ~: Il silencio dell’Amministrazione nel diritto italiano (tesis doctoral), Bolonia, Real Colegio de España, 1936; “Poder del sacerdote sobre el cuerpo místico de Jesucristo”, Boletín de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, 263 (1941), págs. 4-5; “Poder de secularización de la vida pública: sus estragos en el orden social y político”, Boletín de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, 320 (1943), págs. 3-4; Nueva solución al problema de los pagos internacionales sin oro. Discurso inaugural pronunciado en la solemne sesión de apertura del curso académico del Centro de Estudios Universitarios, celebrada el 15 de octubre de 1941, y transmitido por Radio España, Tolosa, Industrias Gráf. Oriabe, 1941; “Sustantividad jurídica de la acción diplomática”, en Jaspe y Santomá, Ricardo: Síntesis de las actividades de la Escuela Diplomática en el curso de 1946-47, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1947; «El proceso de secularización de la vida pública: sus estragos en el orden social y político», en La ordenación cristiana de los Estados, A.C.N. de P., Número especial (1954), págs. 16-17 y 48; “Formación diplomática”, en Jaspe y Santomá, Ricardo: Síntesis de las actividades de la Escuela Diplomática en el curso de 1955-56, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1955; (con Pardo, V. y Aguirre, M.): Comunicación cristiana de bienes en el Antiguo Testamento, Madrid, Cáritas Española, Euramérica, 1959; (con Pardo, V. y Aguirre, M.): Comunicación cristiana de bienes en el Nuevo Testamento, Madrid, Cáritas Española, Euramérica, 1959; (con Jaspe y Santomá, Ricardo): Síntesis de las actividades de la Escuela Diplomática en el curso 1957-1958, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1959; Comunicación de bienes. Conferencia pronunciada el 13 de diciembre de 1962 en el ciclo organizado por el Comité Internacional para la defensa de la civilización cristiana. Coloquio celebrado en el Colegio Mayor Universitario de San Pablo el 8 de febrero, clausura del ciclo “Historia de la cuestión Social”, Madrid, Blass, 1963; (con Pardo, V. y Aguirre, J. M.): Comunicación cristiana de bienes en Sto. Tomás de Aquino, Madrid, Cáritas Española, Euramérica, 1965; El honor al trabajo. Discurso leído por el Sr. D. Pedro Rodríguez-Ponga y Ruiz de Salazar en el acto de su recepción, 22 de enero de 1971, Barcelona, 1971; “La sexariedad: implicaciones psicológicas y morales de un concepto necesario”, Religión y Cultura, 160 (1987), págs. 509-512; Poesías, Madrid, Gráficas Dante, 1989.
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Andrés MERINO THOMAS