ÁLVAREZ ÁLVAREZ, José Luis Isidoro. Madrid, 5.IV.1930 – Cartagena (Murcia), 23.VIII.2023. Notario. Doctor en Derecho. Alcalde de Madrid. Diputado al Congreso. Ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones y de Agricultura, Pesca y Alimentación. Académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Hijo de Luis Álvarez, originario de Alba de Tormes, y Asunción Álvarez, maestra de escuela nacida en la localidad segoviana de Tolocirio, que falleció en 1977, nació en el madrileño barrio de Chamberí el 5 de abril de 1930. Estudió desde los seis años con brillantes calificaciones en el colegio de los Maristas, cercano a la glorieta de Quevedo y a la calle Cardenal Cisneros, donde residía con su familia. Años más tarde recordaría que al concluir bachillerato le correspondió hablar por primera vez en público y lo hizo en nombre de su clase en la fiesta de fin de curso celebrada en el teatro Fuencarral. Terminó Derecho en la Universidad Central (1947-1952) con premios extraordinario de licenciatura y nacional de fin de carrera. Preparó oposiciones a notario –profesión de su bisabuelo, que lo fue en Alba de Tormes y Salamanca–, entonces convocadas por colegios notariales, realizando la prueba en Oviedo en pleno mes de agosto. Obtuvo el primer puesto con 23 años, siendo destinado a Lalín (Pontevedra) en diciembre de 1953, pasando en octubre de 1955 a Valencia. A los 27 consiguió plaza en Madrid.
Compaginaría su labor de fedatario público con docencia e investigación en la cátedra de Derecho civil de Hernández Gil en la Universidad de Madrid, en la que fue profesor encargado entre 1967 y 1972, mientras profundizó en el estudio de los aspectos jurídicos del mundo femenino. Se doctoró en 1974 con la tesis “El estatuto de la mujer soltera o viuda en el Derecho privado español”. Escrita con sobresaliente rigor, analizó los precedentes de la Ley 56/1961, de 22 de julio, sobre derechos políticos y profesionales y de trabajo de la mujer, impulsada por Pilar Primo de Rivera, que había visto ampliado el acceso a no pocas profesiones, aunque no fue hasta el 27 de diciembre de 1966 cuando una ampliación legal hizo posible su paso a la magistratura, judicatura y ministerio fiscal, si bien siguió exceptuando la profesión militar, salvo contadas especialidades relacionadas con la sanidad. Con sólidos planteamientos, abordó cuestiones clave como la toma de decisiones en el ámbito familiar y personal, precisamente en momentos en que jurídicamente se abría vivo debate que daría lugar a la reforma del Código civil.
Fue José Luis Álvarez uno de los protagonistas de la Transición, entendida como tarea conjunta, fruto del esfuerzo de aquella generación de españoles que supo aprovechar una oportunidad histórica, combinando el tiempo y velocidad de delicados resortes sociales, jurídicos y políticos. Encuadrar su participación en el proceso como un miembro más del grupo Tácito, recurso acelerado y tópico, resultaría escaso y quizá injusto para cualquier acercamiento a su perfil. No fue solo uno de sus fundadores. Quienes le trataron y conocieron bien, como Emilio Attard, le definieron como “el más calificado de ellos, quien vertebraría sus actitudes”. Los Tácito habían comenzado a reunirse en las bibliotecas del Colegio Mayor Universitario de San Pablo y del CEU en la primavera de 1973, animados por el presidente la Asociación Católica de Propagandistas, Abelardo Algora. Sin pretender dirimir liderazgos ni preminencias, testimonios coincidentes revelan que pronto destacó, en sentido literal, como alma mater de la iniciativa de aquellos jóvenes intelectuales con inquietud política. Durante casi cuatro años debatirían periódicamente, ya en una oficina de la madrileña calle Santiago Bernabéu, de cuyos recibos mensuales de alquiler y gastos generales no pocas veces acabó haciéndose cargo personalmente. Les unía una base cristiana y profundo sentido social, convicciones democráticas y afán por la libertad. Vivían de su trabajo y eran europeístas. Aunque pronto se hicieron presentes claras diferencias estratégicas. El núcleo inicial creó a través de la notaría del propio Álvarez, el 31 de julio de 1974, Centro de Estudios Comunitarios S.A., en cuya escritura de constitución figuraron como administradores Eduardo Carriles, Gabriel Cañadas y José Luis Ruiz-Navarro, buena parte de los casi 50 participantes llamados a recoger sus acciones no pasó nunca a por sus títulos. Ni contribuyó económicamente. Cierto es que compañeros y rivales políticos nacidos de aquellos coloquios y debates, desde una pertenencia táctica y tácita al grupo, temporal o permanente, mantuvieron sincera amistad. Compartían su condición de socios activos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas: Íñigo Cavero, Óscar Alzaga, Eduardo Carriles o José Luis Ruiz Navarro… En su práctica totalidad, reconocieron en José Luis Álvarez un liderazgo organizativo y estratégico, del que nuestro biografiado nunca alardeó, más bien eludiéndolo y alegando, siempre cortésmente, que todo se hacía de manera conjunta, unánime, respetando diferencias ideológicas.
En reuniones cada miércoles que solían acabar de madrugada, los Tácito comentaban la actualidad general, para que quien lo deseara presentase un propuesta de texto concreto a debatir, buscando unanimidad o, excepcionalmente, aprobación mayoritaria. El exquisito cuidado de las formas hacía que los que no salían adelante fuesen igualmente argumentados y elogiados. El objetivo era dar forma y aprobar un artículo, no su autoría inicial. Con impecable y elegante influencia, varios asistentes coincidieron años más tarde, en sus memorias, entrevistas o conversaciones y recuerdos, que Álvarez siempre llevaba borradores y propuestas y que buena proporción de muchos de los 177 artículos de Tácito aparecidos entre el 23 de junio de 1973 y el 4 de febrero de 1977 fueron de su directa redacción. Sin excepción, el texto final se le entregaba para que fuese pasado a limpio y distribuido al diario que lo publicaría, muchas veces de madrugada, y en no pocas ocasiones era llevado personalmente al diario Ya por Álvarez, alguna vez acompañado por su esposa, Mercedes, a quien agradecemos la generosidad de haber proporcionado en interesantísima conversación datos y consideraciones desde su extraordinarias memoria y perspectiva vital. Álvarez preparó el orden del día de reuniones fundamentales en la evolución de todo aquello, como la de enero de 1975, en que el grupo votó no amoldarse a la estructura de asociaciones que ofrecía el Movimiento, si bien optó por ser plataforma o foro de opinión, subrayando así su carácter de grupo político. Para Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, eso “permitía debatir cuestiones de fondo sin abordarlas de modo directo, sin siquiera nombrarlas, aunque “había riesgo es escisiones y rupturas”, lo que se produciría, sin traumas, tras decidirse aquella vía intermedia. De Tácito se desgajaban grupos, corrientes, opiniones… pero pervivía amistad y caballerosidad. Puede afirmarse que una de sus contribuciones para la transición fue la transformación, para la política, del concepto enemigo. De la escisión no nacía un antagonista. Marchaba un adversario: “Seguimos siendo amigos personales, pero no somos amigos políticos”. No pocos ya habían ido abandonando cuando, el martes 11 de noviembre de 1975, menos de diez días antes de fallecer Franco, dieciocho de sus miembros decidieron presentarse en el Tribunal de Orden Público, para responder ante el juez Gómez Chapa del artículo Los sucesores, publicado en Ya el 30 de octubre. La presidencia del gobierno había exigido al director del diario, Alejandro Fernández Pombo, la identidad de los autores. José Luis Álvarez, José Antonio Becerril, Blas Camacho, Gabriel Cañadas, Juan José Franch, Enrique García de la Mata, Daniel García-Pita Pemán, Ignacio Gómez-Acebo, Jesús García Valcárcel, Juan Carlos Guerra Zunzunegui, Fernando Jiménez López, Marcelino Oreja, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, José Manuel Otero Novas, Nicolás Pérez Serrano, Alejandro Royo-Villanova, José Luis Ruiz Navarro y José María Sanz Pastor comparecieron ante su señoría, que al comprobar sus identidades se percató de tener ante él a diplomáticos, abogados del estado, notarios, letrados del Consejo de Estado, exsubsecretarios… “Ustedes son gente muy importante”. La escena se completó con la respuesta que se atribuyen varios de ellos: “Señoría, nosotros somos el pueblo”. No obstante, comprobaron in situ la reacción que provocaba un artículo, la reacción del poder. Ese mismo día, el príncipe Juan Carlos asumía de manera interina, que fue ya definitiva, la jefatura del Estado.
El verano anterior José Luis Álvarez había dado la cara, una vez más, con otra de esas iniciativas conjuntas fruto del dinamismo creador de los inquietos, ocupados y preocupados por el futuro. En julio se constituyó Federación de Estudios Independientes S.A. (FEDISA), nacida de un almuerzo a cuatro que le reunió con Manuel Fraga, Pío Cabanillas y Fernando Castedo. Con expresa intención de eludir las encorsetadas asociaciones de Arias Navarro y su difuso espíritu del 12 de febrero, fue presidida por el mismo Álvarez.. Suscribieron acciones setenta y dos profesionales liberales. En su comité se integraron Areilza, Ruiz Navarro, Juan José Rosón, Francisco Fernández Ordóñez, Leopoldo Calvo Sotelo y Manuel Escudero. Aunque Fraga se empeñaba en etiquetarla como liberal-conservadora, su carácter de sociedad anónima permitía escapar a los controles del Estatuto de Asociaciones sin resultar inquietante ni actuar, como la izquierda, en la clandestinidad. Al final, aquella aventura fue superada por la historia el 20 de noviembre, y Arias Navarro acabaría integrando en su gobierno a tres fedisos, Areilza, Fraga y Calvo-Sotelo, por lo que cualquier intento de conversión en partido político hubiera parecido un proyecto gubernamental. Ciertamente, Tácito llegaría a ser mucho más que una mera corriente reformista y quedó claro desde sus comienzos. Cinco décadas después, se hace necesario estudiar objetivamente si el propio régimen llegó a considerarle un activo de cara al futuro, como pareciera sostener José Ignacio San Martín, responsable del Servicio de Información de la Presidencia del Gobierno y el Servicio Central de Documentación (SECED), que afirmó en sus memorias que se reunió en la calle Lista con el propio Álvarez, Marcelino Oreja, Alfonso Osorio y Andrés Reguera para tratar “la conveniencia de que el grupo de A.C.N de P. y Editorial Católica editara una revista que siguiera una orientación claramente antimarxista y batiera dialécticamente con Cuadernos para el diálogo, animándoles a que se unieran con personas integradas en el Movimiento afines a otras tendencias”, aunque posteriormente se lamentó de que, en su opinión, les bastase un artículo semanal. La participación de Álvarez en los coloquios y textos finales ha de interpretarse en contraste con el ambiente social conflictivo que, sobre todo durante los gabinetes Arias, supuso un pulso de incertidumbre y desazón ante el futuro. Cuando pronto quedó claro que el presidente era incapaz no ya de actuar, sino de comprender el nuevo terreno de juego, y comenzaban a aflorar los protagonismos de Areilza o Fraga, España se agitaba en huelgas promovidas por el Partido Comunista y se estremecía con atentados de ETA. Tácito navegó entre conversaciones y discusiones, nociones y conceptos, reforma y ruptura, necesidad y oportunidad… de 1973 a 1977, año en que puede fecharse, más que una desaparición, un proceso en el que acabaría diluyéndose en aquel primer Partido Popular que constituiría la base de UCD, constatándose la influencia de sus artículos colectivos en la realidad política española del final de las décadas de Franco y la transición. Si hubiera que definir en una frase su mayor logro, fue quizá la aportación de dosis sistemáticas, urgentes, de reflexión conjunta que acabaron imponiendo, con diálogo, un hábito de tratar y consolidar una opinión política útil, valiosa, realista. Aquellas discusiones fijaron el centrismo como orientación funcional de la transición.
De Tácito nació el primer Partido Popular, también primera formación inscrita en el registro tras la Ley de derecho de asociación política aprobada en junio de 1976. Aunque se había acercado inicialmente a Izquierda Democrática y seguía participado en los intentos de Alfonso Osorio para articular una unión de fuerzas afines a la Democracia Cristiana, Álvarez decidió impulsar un gran proyecto con grandes figuras de centro, entre las que estaban amigos personales, como José Pedro Pérez-Llorca. El 4 de noviembre prepararon el acta fundacional en el despacho de José María de Areilza, en la madrileña plaza de la Lealtad, que de nuevo se elevaría a pública en la cercana notaría de Álvarez. Una semana más tarde, celebraron un acto político en el hotel Meliá, al que asistieron líderes como José Luis Ruiz Navarro o Ricardo de la Cierva. El 1 de diciembre, masiva presentación del partido a simpatizantes y medios de comunicación, con interés desbordante. Una amplia mesa en el estrado, como era frecuente en la época, acogía a Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, Emilio Attard, el propio José Luis Álvarez, Pío Cabanillas, José Luis Ruiz-Navarro, José Pedro Pérez-Llorca, Enrique de la Mata, Fernando Castedo, Manuel Fraile, Alejandro Royo-Villanova y José María de Areilza. Correspondió a Castedo leer el manifiesto de constitución de la naciente formación política y hubo preguntas de la prensa, a las que se respondió dejando claras premisas que definieron la posición ante cuestiones que la transición había puesto sobre la mesa. El Partido Popular era aconfesional, defendía la monarquía como forma de estado en una democracia naciente, propugnaba la participación de España en la construcción europea y, finalmente, reconocía que la autenticidad de la democracia hacía necesaria la legalización de todos los partidos, lo que suponía incluir al PCE. El liderazgo del Partido Popular, pendiente aún de su congreso fundacional, era ejercido de facto por un Areilza que consideraba en sus diarios personales (anotación 29.XII.1976), y luego publicó en sus memorias, que los Tácito, entre los que citaba a Álvarez y Ruiz-Navarro, presionaban para copar los puestos de mayor relevancia, lo que suponía peligro de escorarse a la derecha. Por fin llegó el primer, único y último congreso del partido, el fundacional del 5 al 7 de febrero de 1977. Pío Cabanillas, finalmente, presidente. José María de Areilza y Emilio Attard como vicepresidentes. José Luis Álvarez pronunció un discurso lleno de contenido político, trazando objetivos. Naturalmente, fue elegido para desempeñar la secretaría general, habida cuenta de su capacidad organizativa y resolutiva; José Antonio Ortega Díaz-Ambrona y José Pedro Pérez-Llorca fueron nombrados secretarios de Asuntos Políticos y de Coordinación, respectivamente. Aquel importante cónclave se enfocó ya directamente hacia la unificación de un amplio centrismo, pues paralelamente se habían sucedido contactos y reuniones que cristalizaron en una coalición, Centro Democrático. Y sería a su vez decisiva otra, más discreta, celebrada cinco semanas después de la clausura del congreso. Es también José María de Areilza quien refiere en sus memorias que la mañana del 19 de marzo, “uno de los miembros de nuestra comisión ejecutiva me preguntó: ¿Vas a ir a lo de José Luis?”. Efectivamente, José Luis Ruiz Navarro, entonces presidente del Consejo Superior de los Consumidores, reunía con motivo de su santo a buena parte de los líderes políticos que podían articular una posible gran alianza electoral de Centro Democrático con otros movimientos, pero sobre todo con Unión del Pueblo Español, el grupo de Adolfo Suárez. El conde de Motrico no había sido invitado. Estando presentes, entre otros, José Luis Álvarez, Fernando Álvarez de Miranda, Pío Cabanillas, Leopoldo Calvo-Sotelo, Iñigo Cavero, Landelino Lavilla y José Pedro Pérez-Llorca, el vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de la Presidencia, Alfonso Osorio, con instrucciones claras de Adolfo Suárez, dejó caer a los presentes el mensaje del presidente del gobierno: Areilza no quería coaligarse para apoyar al gobierno, sino ser alternativa, ocupar el lugar del presidente. Eso era incompatible con cualquier acuerdo. En esas circunstancias, nada era posible. El mismo Osorio refirió posteriormente que Álvarez y Pío Cabanillas le preguntaron cómo resolver la cuestión, a lo que Osorio respondió que ése era su problema, aunque posteriormente sugirió a Suárez que recibiese a José Luis Álvarez, lo que el presidente hizo cuatro días más tarde, el miércoles 23 de marzo. Como en otras ocasiones, a nuestro protagonista le había correspondido la tarea más ingrata. Fue él, con Ruiz Navarro y Cabanillas, quien dio la cara el lunes 21 ante el afectado. Al menos almorzaron en Ondarreta. Lo de menos fue el menú. Ya el domingo había tenido lugar una reunión previa en el Partido Popular para buscar una salida. Areilza, que ya había sido instado a no ser presidente del partido, acabó retirándose y se impuso con pragmatismo el liderazgo del aparentemente incombustible presidente del ejecutivo.
El 3 de mayo se firmó el acta fundacional de Unión de Centro Democrático, que unía a quince partidos y sustituía como símbolo al entonces conocido como Centro Democrático. Ante las elecciones del 15 de junio de 1977, Álvarez fue nombrado, junto a José Luis Cudós y José Luis Zabala, gerente de campaña electoral. Los “tres José Luis”, no serían candidatos en aquellos comicios, haciendo frente a las numerosas dificultades de coordinación y estructura que sí se presentaron. No se cansó de insistir en las carencias de un partido constituido a toda prisa, con ausencia de disciplina y problemas de organización interna, amén de no contar con un verdadero programa electoral, que exponía a sus candidatos a la defensa de vaguedades y lugares comunes. A duras pena logró superar en sus colegas razonamientos que encuadraban el centro político en un mero equilibrio de oposición al marxismo y superación del autoritarismo anterior. Con Adolfo Suárez los carteles eran vistosos, pero no se implicaba, no participaba en los mítines. Una comisión gobierno-oposición, presidida por el entonces subsecretario de ministerio de la Presidencia, Sabino Fernández Campo, hubo de distribuir los espacios de propaganda gratuita e información electoral en la única televisión, la pública. Dirigida entonces por Rafael Ansón, que se sentó en la mesa en posición de cómoda intransigencia, José Luis Álvarez representó a la coalición de centro con mesura y equidad, alineado en las formas con quien ese mismo año pasó a ser secretario general de la Casa de S.M. el Rey, escuchando los planteamientos de los representantes de otros partidos, algunos de ellos dialogando por primera vez desde su salida de la clandestinidad. Tras vencer aquellas primeras elecciones, Suárez planteó abiertamente a los dirigentes de la coalición que UCD pasara a convertirse en partido unificado. Accedieron con no poca resistencia. Álvarez y Fernando Abril Martorell recibieron el encargo de redactar unos estatutos provisionales. Su visión no coincidía. Abril era partidario de una maquinaria electoral en apoyo del gobierno, desactivada mientras no se celebrasen comicios. Álvarez, desde una perspectiva jurídica, pero realista, abogaba por un partido en sentido pleno, con organización activa y dinámica. Se vería forzado a signar como notario unos estatutos en los que primó la visión del primero. El partido fue inscrito en el registro el 12 de agosto.
Cuando tras la firma de los Pactos de la Moncloa los personalismos en UCD comenzaron a hacerse especialmente manifiestos y Suárez comenzó a dejar de intentar siquiera de emplear personas interpuestas, se ensayaron soluciones como la creación de un Comité Programático, al que invitó a Álvarez y otros que también creyó útiles para capear el temporal, como Leopoldo Calvo Sotelo, Íñigo Cavero -único ministro presente en todos sus gobiernos-, Rafael Arias Salado (secretario general del partido) o Antonio Fontán. Maniobras como evitar que Alfonso Osorio, ya alejado, ocupase la presidencia de la Fundación Humanismo y Democracia reflejaban el verdadero estado de sus relaciones. La práctica totalidad de la formación recelaba del protagonismo de Abril Martorell. En octubre de 1978, en su primer congreso ordinario de UCD recién constituido como partido, se vio envuelto en la batalla por la presidencia del propio cónclave, que Suárez había prometido a Emilio Attard. El saldo posterior arrojó también partidistas miserias editoriales. La solución a un reto, publicación que recogía las intervenciones, resultados y conclusiones del congreso, omitió no solo el elaborado informe de Attard, presidente de la comisión ideológica, en el pleno, sino el texto del discurso de José Luis Álvarez en el mismo.
Como alcalde de Madrid, a Álvarez le tocaría sufrir también amargas maniobras de sus propios compañeros. Cuando con lógicas aspiraciones políticas planteó su candidatura al Congreso de los Diputados ante las cercanas elecciones de 1979, fue invitado por el propio Adolfo Suárez a cenar en su casa de Ávila en medio de las vacaciones navideñas, el 29 de diciembre. Se mostró dispuesto a dimitir de la alcaldía, como lo estaban candidatos de otros partidos. Suárez subrayó que era necesario en las listas de Madrid. Con sorpresa, en la reunión de la ejecutiva de UCD del 4 de enero Fernando Abril y José Manuel Otero Novas se opusieron con vehemencia a que se presentara, alegando absoluta incompatibilidad entre la condición de alcalde y diputado. Finalmente se acordó que concurriese desde su permanencia en el consistorio. Las dificultades continuaban también en las relaciones con Alianza Popular. El mismo López Rodó recuerda en sus memorias haber subrayado en conversación con el rey Juan Carlos el valor de los esfuerzos de Álvarez para evitar que UCD y AP se tirasen los trastos a la cabeza. Mientras tanto, nuestro protagonista había continuado ejerciendo una impecable trayectoria profesional, asumiendo tareas públicas, como formar parte, en 1976, de la Comisión Iglesia-Estado, que prepararía durante largos meses la redacción de los Acuerdos con la Santa Sede, no suscritos hasta 1979.
José Luis Álvarez fue alcalde de la capital de España entre el 2 de marzo de 1978 y enero de 1979. Sucedió en el cargo a Juan de Arespacochaga (1920-1999), ingeniero de Caminos que más tarde sería senador por designación real. En las primeras elecciones municipales, inmediatamente después de la aprobación de la Constitución, el candidato centrista había vencido en votos a su más directo rival, Tierno Galván, al que el apoyo del Partido Comunista hizo alcalde. Álvarez leyó en un editorial del diario El País que había sido derrotado, cuando no solo había ganado objetiva y numéricamente a su adversario, sino que en la ciudad de Madrid había recibido el apoyo de más electores que el propio Adolfo Suárez en los anteriores comicios. Fue el aspirante a una alcaldía más votado en toda España. Había hecho una campaña dinámica y activa, con recursos como la grabación en vinilo de un celebrado chotis. A cuarenta y cinco revoluciones, hace cuarenta y cinco años. Ahí es nada. De su huella como regidor destaca un riguroso plan de protección y conservación de edificios y conjuntos de interés histórico-artístico, tan necesario, que contribuyó a mejorar el atractivo turístico de la capital y la situó en línea hacia su definitiva incorporación en los circuitos europeos y extraeuropeos. O el inicio de las bonificaciones a los mayores en el transporte público y la información permanente sobre el tráfico en la ciudad. Se empeñó en la apertura del Campo del Moro, junto al Palacio Real. Organizó la primera maratón o la celebración del Día de la bicicleta, hoy tan de moda, o del árbol, iniciando campañas de plantación que en su mandato superaron los 25.000, abriendo parques de barrio, cuidando pinares y otros recintos. Y peatonalizó las calles del Carmen y Carretas. Dejó encarrilada la construcción de La Vaguada, primer gran centro comercial en la capital, origen de un modelo económico y sociológico. A su llegada al consistorio se había enfrentado a presupuestos que se dedicaban en más del setenta por ciento a gastos de personal. Eran otros tiempos. O no.
Álvarez fue candidato al Congreso en las primeras elecciones tras la Constitución de 1978, siendo parlamentario en la I y II Legislaturas, formando parte del Grupo Centrista. Como diputado presidiría dos comisiones, la de Educación y la de Control Parlamentario sobre RTVE. Fue asignado y perteneció como vocal también a las de Justicia; Cultura; Transportes y Comunicaciones y a la comisión de investigación que se constituyó sobre RTVE. No quiso formar parte de los primeros gabinetes de Suárez, hasta que en mayo de 1980 accedió a ser ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones, incorporando por vez primera Turismo al departamento ministerial, lo que supuso un ambicioso reto competencial y organizativo. Fue una etapa de trabajo duro, en medio de profunda crisis económica y el recrudecimiento del terrorismo de ETA. La tensión política y social se vio representada en la bienvenida con la que el PSOE recibió en la cámara baja al gabinete ministerial, una moción de censura en la que Felipe González en la tribuna y Alfonso Guerra en los medios se empeñaron a fondo en destacar división interna de gobierno y partido. Álvarez no cesó en facilitar cualquier intento de una mínima cohesión, al menos en lo que a estrategia política se refería. En pleno verano, antes de concluir agosto, envió el borrador de una declaración programática a Suárez, Martín Villa, Álvarez de Miranda, Landelino Lavilla y Pérez-Llorca. Era un plan de actuación que hiciera posible llegar a las siguientes elecciones, previstas para 1983. Exponía prioridades claras: autonomías, terrorismo, economía, Administración pública, política exterior, actividad legislativa. Todo ello debía ser pactado por los principales líderes de UCD con el objetivo otra moción de censura y, sobre todo, la previsible pérdida de los comicios.
La presencia de Álvarez en el último gobierno Suárez ha de ser contextualizada en la historia política del último trimestre de 1980, en el que el Congreso de los Diputados aprobó nada menos que seis leyes orgánicas, que simplemente enumeramos, sin poder describir su proceso de negociación y aprobación, por falta de espacio: financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA), reforma del Código de Justicia Militar; Enjuiciamiento oral de delitos dolosos, menos graves y flagrantes; la de supuestos previstos en el artículo 55.2 de la Constitución (duración de la detención preventiva); una modificación de la Ley Orgánica de modalidades de referéndum y la sustitución, en la provincia de Almería, de la iniciativa autonómica. A ellas se suman cuarenta y dos leyes ordinarias. No obstante, el convencimiento unánime de la falta de apoyo al presidente Suárez por parte de su grupo parlamentario deterioraba día a día la situación. José Luis Álvarez se alineó con el movimiento crítico, como la mayoría de los procedentes de Tácito. Tuvo que soportar la publicación de informaciones falsas e insidiosas La celebración del congreso de UCD, en Palma de Mallorca, se presentaba difícil. Suárez decidió presentar su dimisión como presidente del Gobierno al Rey, haciéndola pública en mensaje televisado el 28 de enero. Mientras tanto, José Luis Álvarez debía hacer frente a una huelga de controladores aéreos. Presentó un detallado plan de contingencia en el despacho de Suárez, previendo incidentes. La situación obligó a retrasar el congreso previsto para el 30 del mismo mes. Ese mismo día ETA asesinaba al ingeniero de la central nuclear de Lemóniz (Vizcaya) José María Ryan, al que había secuestrado una semana antes. El congreso, que tuvo lugar en la capital balear del 6 al 8 de febrero, eligió como presidente de UCD a Agustín Rodríguez-Sahagún, imponiéndose con claridad los nombres de sus listas en el consejo político (un 60 %) y el comité ejecutivo (un 87 %), frente al resto, de la candidatura de Landelino Lavilla.
Y llegó la sesión de investidura del candidato propuesto para la sucesión, Leopoldo Calvo-Sotelo. El 23 de febrero de 1981, el ministro de Transportes asistía a la lectura del llamamiento de diputados para votar, desde el banco azul, cuando comenzaron los incidentes del intento de golpe de Estado. Su hijo Segismundo recuerda cómo lo vivió a sus catorce años: “Nosotros habíamos llegado a casa y nos dijeron que entrásemos enseguida. Mi madre estaba en la tribuna del Congreso. Les dejaron salir. Entonces vivíamos en Conde de Orgaz. Lo recuerdo bien. A la mañana siguiente, mi padre aún no había salido. ¡Y mi madre nos envió al colegio! Esa mañana fuimos muy pocos al Liceo Francés. Pero todo ese acontecimiento quedó grabado en mi memoria”. Mercedes Royo-Villanova recuerda bien como había llegado tarde a la sesión, por lo que no pudo sentarse junto a otras ministras, como se llamaba entonces a las consortes, y pasó a ocupar un lugar en la tribuna, justo al lado de la de prensa… “En realidad, el pasó gran parte de la noche apoyado, dormido sobre sus propios brazos”. Alberto Oliart relataría años más tarde que tras el discurso del rey en televisión, “vimos como los guardias civiles y militares que habían entrado iban dejando el hemiciclo y decaía el ambiente”. El teniente empezó a dejar moverse a los diputados, entre ellos a algunos miembros del gobierno, recorriendo el banco azul, diciéndoles –recordaba que se dirigió a Íñigo Cavero y al propio Álvarez– que esperasen tranquilos. La literatura sobre la intentona implicó en los años siguientes a un sector del Ejército, que habría mantenido contacto con un elenco de líderes de la derecha y del sector crítico de UCD y un desconcertante y posibilista grupo de izquierda, impaciente por llegar al poder, sobre todo diputados del PSOE entre los que habrían figurado Felipe González, Enrique Múgica, Gregorio Peces-Barba o Javier Solana, y del PC, como Jordi Solé Tura o Ramón Tamames. La imposibilidad de aportar pruebas materiales hizo posible construir y alimentar la leyenda de decenas de reuniones bajo la premisa de “esto no puede seguir así”. Todo ello aderezado por supuestas operaciones en marcha, gabinetes ministeriales en papeles que nunca aparecieron, amén de conversaciones veladas que solo una persona escuchó, como las que incluían a Álvarez en el ministerio de Obras Públicas en un hipotético gobierno de salvación nacional presidido por Alfonso Armada. Un Armada, segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, que le había visitado en su despacho del ministerio de Transportes once días antes.
Tras la toma de posesión de Calvo-Sotelo, Álvarez repitió cartera, hasta que el presidente le pidió en la remodelación del 1 de diciembre de 1981 que se hiciese cargo de Agricultura, Pesca y Alimentación. No fue tarea fácil, a pesar de la meritoria gestión de Jaime Lamo de Espinosa al frente del departamento ministerial, tras un año de intensa sequía había hecho disminuir en más de un tercio la producción agrícola. El 27 de agosto fueron disueltas las Cortes. José Luis Álvarez venía sumándose a las tesis de otros dirigentes centristas como Gabriel Cisneros, Emilio Attard o José Pedro Pérez Llorca, abogando por una coalición con Alianza Popular. Alzaga y Miguel Herrero negociaban con Fraga. Fernández Ordóñez pactaba directamente la entrega con armas y bagajes de la socialdemocracia a las filas del PSOE. Solo cuatro días más tarde, el 31, Landelino Lavilla descartó pública y expresamente cualquier tipo de entendimiento. Intentó repetidas veces convencer a Landelino Lavilla y en versión posterior de Juan Antonio Ortega y Leopoldo Calvo-Sotelo, que recogió Silvia Alonso-Castrillo, habría explorado las posibilidades de un acuerdo electoral. Paralelamente, Marcelino Oreja no dejaba de subrayar que la misma opción era imprescindible al menos en el País Vasco, caso que acabaría aceptando la dirección del partido en una política que finalmente causó impresión de poca claridad y confusión. No son pocos los testimonios que avalan que Álvarez se comportó con señorío ante la desbandada, exponiendo con claridad el peligro que acechaba. Al preguntar a su hijo Segismundo cómo vivió Álvarez el descalabro final de UCD, subraya que su padre había insistido a un equidistante Leopoldo Calvo-Sotelo que no convenía en absoluto convocar las elecciones en ese momento, mientras Lavilla se negaba a cualquier coalición y seguía pensando que “ellos, UCD, iban a ser la moderación”. El resultado final es de todos conocido. Habiendo manifestado su intención de abandonar el gobierno, fue cesado el 11 de septiembre de 1982. Alberto Oliart, ministro de Defensa, precisó que aquello no fue cese, sino dimisión.
La salida del gobierno y de UCD de Álvarez tiene el aroma de una tragedia clásica, como tantas penumbras de la política y el desengaño. Álvarez tenía ideas claras. Era demócrata y cristiano en tiempos en que para la misma jerarquía eclesiástica lo democratacristiano calificaba, pero no definía. Alfonso Osorio, muy amigo de reflexiones metódicas en reuniones en la entonces sede de la Vicepresidencia del Gobierno, en el palacio de Villamejor, en Castellana 3, intentó sistematizar en grupos y liderazgos las corrientes democristianas en la España de la transición. A Unión Democrática Española (UDE) pertenecían, además de él mismo, Federico Silva, Alberto Monreal, Santiago Udina Martorell, Eduardo Carriles, Andrés Reguera Guajardo y Enrique de la Mata. Al grupo Tácito en sí, que también tenía miembros en otras corrientes, como el propio Osorio, pertenecían José Luis Álvarez, Marcelino Oreja, José Luis Ruiz-Navarro, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, Landelino Lavilla o Alejandro Royo-Villanova. Una pequeña corriente, Unión Demócrata Cristiana (UDC), se agrupaba en torno a Jesús Barros de Lis. Más numerosas e importantes era la Izquierda Demócrata Cristiana de Fernando Álvarez de Miranda, Íñigo Cavero y Óscar Alzaga, o la Izquierda Democrática de Joaquín Ruiz-Giménez, Jaime Cortezo y Antonio Vázquez. Y por fin, la Federación Popular Democrática de los José María Gil-Robles, padre e hijo. Acudir a su amigo y coetáneo Fernando Álvarez de Miranda centra la visión política de aquella difícil etapa de José Luis Álvarez: “Creo que es uno de los conservadores más notables de todo el firmamento político español y quizá su tragedia resida en que no le gusta nada esa imagen; de ahí pueda provenir su insólita e inexplicable pirueta en la crisis final de UCD”. Ambos vivieron la política desde profundas convicciones cristianas, de defensa de la convivencia. Había figurado entre los vocales fundadores de la Fundación Humanismo y Democracia, creada en Madrid el 13 de octubre de 1977, constituida también por Óscar Alzaga, Rafael Arias-Salgado, Geminiano Carrascal (su primer presidente), Íñigo Cavero, José Luis Cudós, Ignacio Gómez-Acebo, Federico Rodríguez, Luis Vega Escandón y Ángel Vegas; y a la que se añadirían posteriormente como patronos Fernando Abril Martorell, Rafael Calvo, Miguel Herrero, el propio Alfonso Osorio, José Antonio López Huerta y José Luis Ruiz-Navarro. El primer patronato se reunió el 16 de noviembre siguiente y pronto se añadirían nuevos nombres: Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, José Pedro Pérez-Llorca y Antonio Luna. Citamos tan larga lista de patronos para poner su creación, puesta en marcha y funcionamiento, inspirada en la experiencia de los democristianos alemanes de la fundación Konrad Adenauer. Ni siquiera así. Pronto se vivieron tensiones en torno a su objetivo, que para algunos era el mero fortalecimiento de UCD, sin tener claro si iba a ser una plataforma de iniciativas de antimarxismo compartido o un vehículo de fortalecimiento del ideario democristiano. José Luis Álvarez se integraría en el Partido Demócrata Popular, que integraría junto al Partido Liberal y Alianza Popular la Coalición Popular. No obstante, tras las elecciones de 1986 y la ruptura con AP, dimitiría como vicepresidente del partido en absoluto desacuerdo con la estrategia de Óscar Alzaga, uniéndose al partido presidido por Manuel Fraga. Participaría activamente en 1989 en la comisión para la refundación de AP en el nuevo Partido Popular, en el que continuó militando hasta su fallecimiento. Emilio Contreras recuerda que, cuando en los albores de la Transición había abandonado temporalmente su notaría en la calle Ortega y Gasset, en Madrid, para ser alcalde y luego ministro, la suya era la octava en facturación de las más de un centenar que entonces había en la capital. Años más tarde, al regresar desde su sueldo de la política y solicitar una inspección de la Agencia Tributaria sobre su periodo con responsabilidades públicas, sin la menor irregularidad ni incumplimiento de obligaciones fiscales ni corrupción, regresó… al puesto vigésimo séptimo. Había sido diputado entre 1979 y 1986.
Como notario y jurista, Álvarez fue especialista en derecho patrimonial. Apasionado por el patrimonio histórico-artístico y bienes culturales, fue autor de libros y ensayos sobre temas culturales y jurídicos. En 1972 había sido miembro de la Ponencia redactora del Reglamento de Fundaciones culturales. Alfredo Pérez de Armiñán, en entrañable sesión necrológica en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, recordó que Pío Cabanillas Gallas, primero en ocupar la cartera del recién creado departamento ministerial de Cultura, le nombró en 1977 presidente de la Comisión redactora del Anteproyecto de Ley de Patrimonio Histórico y Artístico, del que formaron parte personalidades como Fernando Chueca, Sebastián Martín Retortillo y Evelio Verdera. Fue aquella iniciativa un riguroso intento de responder a los retos de la conservación del Patrimonio en una sociedad desarrollada, de cara al mecenazgo. Aunque aquel anteproyecto nunca llegó a debate ni aprobación, fue antecedente claro de la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, y su trabajo fue reconocido por el gobierno socialista durante cuyo mandato fue aprobada. Como hemos recordado, su fecundo paso por la alcaldía de la capital había significado la puesta en relieve de la ciudad como inagotable foco de interés cultural, cuando se aprobó el primer Catálogo de edificios de interés histórico-artístico de la ciudad, que fue un hito para frenar el deterioro del legado arquitectónico e hizo posible su protección jurídica, simbolizada en la declaración, en 1995, del Recinto de la Villa de Madrid como Bien de Interés Cultural con la categoría de conjunto histórico. Al cumplirse el bicentenario de la Puerta de Alcalá, con motivo del ciclo que la Cámara de Comercio e Industria dedicaba a la efeméride, Álvarez no dudó en subrayar con una conferencia llena de mensaje las posibilidades de “La promoción de Madrid, el Patrimonio cultural como una fuente de riqueza”. Ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como académico numerario -era correspondiente desde 1990- en un brillante acto, presidido por S.M. el Rey, el 17 de noviembre de 1993, con un celebrado discurso, “España, Sociedad y Estado de Cultura”, quedando adscrito a la sección de Pintura. Fue nombrado censor de la docta institución, primero interinamente, durante los primeros meses de 1995, hasta su confirmación como tal en diciembre del mismo año, ocupando el cargo hasta su renuncia en 2007. No es extraño que con sus cualidades le solicitasen la función, habida cuenta de las responsabilidades que los estatutos asignaban a un cargo histórico: velar por la puntual observancia de los mismos, recoger los acuerdos y resoluciones tomados en cada junta en la correspondiente acta, recordar a los académicos y comisiones los trabajos encomendados, llevando su registro, la intervención de cuentas desempeñando la función tradicional de contador y la relevante y delicada tarea de interpretación del Reglamento. Fue en diferentes periodos vocal del Real Patronato del Museo del Prado, nombrado primero en 1980 y posteriormente, en 1996, en esta segunda ocasión renovando sucesivamente en 1999 y 2003, según contemplaban los estatutos del organismo. Lo fue también del Museo Arqueológico Nacional, así como del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, participando no solo como consejero, sino como asesor cultural. Colaboró como experto internacional para la defensa del Patrimonio histórico-artístico con el Consejo de Europa (1987-1998) y la Unesco, y fue autor de una conocida publicación sobre esa misma Ley de Patrimonio Histórico. Presidió el Consejo de la revista Patrimonio Cultural y Derecho, de Hispania Nostra, asociación cuyo nacimiento en 1976 también había impulsado. Perteneció al Consejo Superior de Cultura y Bellas Artes, así como a la Comisión Nacional de Codificación.
Aun soltero, Álvarez había frecuentado Cursillos de Cristiandad. Ingresó como socio inscrito en el Centro Valencia de la Asociación Nacional de Propagandistas el 24 de septiembre de 1956. Su solicitud de admisión citaba, entre los propagandistas que podían facilitar referencia, a Federico Silva. Pasó a numerario activo el 25 de junio de 1966. Se le impuso la insignia y realizó la promesa el 17 de septiembre de 1967 en La Granja de San Ildefonso. Pasó a la categoría de socio activo el 24 de junio de 1973. Al cumplir setenta y cinco años en 2005, solicitó su paso a socio cooperador. José Luis Álvarez aparece citado por primera vez en un boletín de la Asociación A. C. N. de P. en noviembre de 1961, en la crónica de la inauguración en Valladolid de la cátedra de Sociología Juan XXIII, acto en el que, en representación de la ACNdP, pronunció una conferencia sobre la encíclica Mater et Magistra. Había acudido, y se le identificaba como tal, como propagandista del Centro de Madrid, y disertó sobre las claves de la encíclica ante los propagandistas vallisoletanos, subrayando la propiedad privada como derecho natural, desentrañando la servidumbre y obligación de todo cristiano hacia el bien común. La generosidad de Álvarez con la Asociación y sus obras fue siempre proverbial. Colaboró dando su tiempo y sus ideas. Y económicamente, con cuotas y aportaciones extraordinarias, con la edición de las obras y pensamiento de los fundadores, como atestigua la abundante correspondencia que conserva el Archivo General ACdP-CEU, que revela no solo su atención a consultas y peticiones de los sucesivos presides de la ACdP, sino la rapidez con que las cartas que se le remitían y recibían respuesta.
Cuando se leen añejas crónicas de círculos y asambleas, es fácil imaginar su participación, activa y constructiva. Con motivo de la LIX Asamblea General, presentaba ponencia conjunta con Carlos García de Ceca, cercano colaborador de Abelardo Algora: “Financiación y Obras de la Asociación”. Desarrollaban ideas prácticas, realistas, bien útiles 50 años después de su presentación: “la existencia de una obra revitaliza un Centro”; “cada Centro tuviera una obra en la que cristalizaran sus esfuerzos y sus ilusiones, que aglutinara a los miembros, dándoles incluso un sustrato físico y un hogar propio para sus reuniones”; “cada obra debe tener autonomía y vida propia en el orden económico y financiero, pero manteniéndose siempre fiel al espíritu de la Asociación”. Abogaban por austeridad, realismo y profesionalidad: “El mantenimiento debe correr a cargo de la obra misma, sobre la base de procurar que la remuneración que se obtenga por los servicios que se prestan, completada por subvenciones o aportaciones particulares, sea suficiente para pagar los gastos ordinarios”. El 21 de junio de 1975, en el marco del tema nacional Concepto cristiano del desarrollo (Aspectos políticos), escogido para la LXIII Asamblea general ordinaria de la Asociación, José Luis Álvarez y Andrés Reguera Guajardo presentaban el 21 de junio de 1975, en una primera ponencia conjunta “Opciones de los cristianos en su actuación en la vida pública”. En año clave, a pocos meses del fallecimiento de Franco y en medio de incertidumbres, defendieron la dignidad de la persona humana, la primacía del bien común y expresaron, quizá con menos precisión, que la sociedad era perfectible y correspondía al cristiano un permanente inconformismo. Abogaron expresamente ante los reunidos por un estado democrático, una democracia pluralista y respeto a la libertad de pensamiento. Perteneció al patronato del Colegio Universitario Luis Vives, del CEU (Madrid), siendo su presidente José Almagro Nosete y director Isidoro Martín, así como al de la residencia San Alberto Magno. El 28 de septiembre de 1972 escribía a Abelardo Algora “recibo tu carta de 22 de septiembre y te agradezco tu nombramiento para el patronato de San Alberto, que acepto con el propósito de colaborar con los defectos que tú ya conoces, a la buena marcha del Colegio”. En ese momento era Tesorero de la ACNdP. En un emotivo acto en la Navidad de 2006, Álvarez recibió la medalla de oro de la ACdP, que fue entregada también a tres propagandistas y amigos que, como él, cumplían cincuenta años como socios: José Luis Gutiérrez, Manuel Martín Lobo y Tomás Mora.
Marcelino Oreja, unido en sincera amistad y que, en palabras de su hijo Segismundo, tan bien le conocía, destaca su prodigiosa memoria y capacidad de síntesis, amén de intuición y rigor: “Sencillez sin aspavientos, con afecto y comprensión. No fue lo que puede llamarse un político profesional. Su profesión era otra. Tuvo siempre una preocupación: que en España hubiera democracia, libertad, reconocimiento de las libertades públicas, en suma, un estado de derecho”. Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, al que hemos seguido en buena parte su recuerdo de la trayectoria del grupo Tácito, subraya “su inteligencia, bondad y talante conciliador”. El ya mencionado Fernando Álvarez de Miranda, insigne compañero de la ACdP, no pocas veces crítico con su posición política, destacó que “no buscaba protagonismos. Insistente, suavizante, trabajador, siempre aparecía con un papel redactado para cualquier tema”.
José Luis Álvarez unía a su perfil público y profesional un entrañable entorno familiar. Manuel Fraga, en esas Memorias casi telegráficas, consignó en noviembre de 1982: “Lunes, 22: Almuerzo con José Luis Álvarez y los Royo-Villanova, en casa de la encantadora madre de éstos, Mina [Guillermina], la viuda de mi gran amigo y compañero Segismundo”. Álvarez había contraído matrimonio en 1963 con Mercedes Royo-Villanova y Payá, prestigiosa historiadora del Arte y conservadora de pintura flamenca y holandesa del Museo del Prado, hija del prestigioso jurista que fuera rector de la Universidad de Madrid y subsecretario de Educación, Segismundo Royo-Villanova Fernández-Cavada (1909-1965). Tuvieron cinco hijos: Pablo, Marina, Segismundo, Marcos y Guiomar. El segundo de los varones siguió los pasos de su padre, siendo hoy notario de Madrid y fundador y presidente de la prestigiosa fundación Hay Derecho.
José Luis Álvarez sufrió en sus últimos años un lento deterioro cognitivo. El 22 de agosto de agosto de 2023, pasando las vacaciones en su residencia familiar en Cabo de Palos (Murcia), su salud empeoró tan rápidamente que, trasladado al hospital de Santa Lucía, en Cartagena, falleció en la madrugada del 23. Venía siendo acompañado sin descanso por su mujer, hijos y nietos. Aunque avanzase la enfermedad del olvido, sigue bien presente en tantos que le querían y hoy recuerdan su celebrada bondad y sentido común, su contribución a la política como la concibió: una labor quizá temporal, siempre apasionante y como gustaba decir, “de servicio a los demás”.
ANDRÉS MERINO THOMAS
Obras de ~: “La cuota de participación en la Propiedad Horizontal”, en Centenario de la Ley del Notariado. Sección Tercera. Estudios Jurídicos Varios, Vol. II, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1962; “El aumento de capital de las sociedades anónimas y la sociedad de gananciales”, Anales de la Academia Matritense del Notariado, 13 (1962), págs. 225-265; “La cuota de participación en la propiedad horizontal (Comentario a la Resolución de la Dirección General de 7 de junio de 1963)”, Anuario de Derecho Civil, 16 (1963), págs. 1183-1210; “Ejercicio del derecho de suscripción preferente”, Anuario de Derecho Civil, 17 (1964), págs. 263-348; El título constitutivo de la Propiedad Horizontal, Madrid, Junta de Decanos de los Colegios Notariales, 1965; La transmisión de obras de arte, Madrid, Revista de Derecho Privado, 1975; Tácito. Un año y medio de política española a través de Tácito, Ibérica Europea de Ediciones, Madrid, 1975; “Los acuerdos entre la Iglesia y el Estado”, Ya (7.II.1976); “Convivir sin frentes”, ABC (11.II.1976); “Elecciones y democracia”, Ya (10.IX.1976); “Optar por una forma de vida”, Informaciones (13.IX.1976); “El adulterio, ante la ley”, El País (24.XI.1976); “Resumen para no politizados”, ABC (4.XII.1976); “Nuevo gobierno”, Discusión y convivencia, 2 (1976); “Comentario a la sentencia de la Sala 3ª del T.S. de 17 de octubre de 1975”, Revista de Derecho Privado, 60 (1976), págs. 147-150; “La Dama de Baza. 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